Capítulo 27

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La mañana de la excursión, el sábado, Harry se despidió con la mano de Hermione, de Ron y de mí, que íbamos envueltos en bufandas, y luego lo vi irse por entre las escaleras del castillo. 

En el camino a Hogsmeade, empezó a nevar sobre nosotros, e infantilmente, saqué la lengua sintiendo como pequeños copos de nieve caían en ella dejándola helada. Me volteé y vi a Hermione y a Ron mirándome fijamente.

-¿Qué? 

No dijeron nada y simplemente se rieron. El resto del trayecto se la pasaron haciéndome una especie de itinerario, diciéndome que lugares visitaríamos primero, y así sucesivamente. El local que más quería ver, era Honeydukes. La manera en que Ron lo describía parecía ser el paraíso para cualquier amante de los dulces, como lo era yo, y se me hacía agua la boca con los dulces que nombraba. Finalmente llegamos afuera de dichoso local, Ron abrió la puerta y entramos. 

Fue un momento mágico. El interior del local estaba lleno de estantes que tenían golosinas a reventar, cosas que se veían tan deliciosas que tuve que tener mucho autocontrol para no llevarme todo de una vez. Había turrón, cubos de helado de coco de color rosa brillante, caramelos de café con leche, cientos de distintos tipos de chocolates dispuestos en filas, entre los cuales me detuve para embriagarme de su olor bajo la mirada divertida de los chicos. Había también enormes barriles de grageas Bertie Bott de todos los sabores y de brujas fritas, además de bolas de helado levitador, que reconocí como aquellas por las que Ron había babeado también. 

Al darme vuelta, vi que en otra pared había dulces de efectos especiales: Drobbles, el mejor chicle para hacer globos, por ejemplo, que según lo que decía en la etiqueta, podían hacerte llenar una habitación de globos de color jacinto que demoraban días enteros en estallar. El hilo dental mentolado que Hermione mencionó, diablillos negros de pimienta, ratones de helado, crema de menta en forma de sapo, frágiles plumas de azúcar e incluso caramelos que estallaban.

Hermione, Ron y yo, nos acercamos finalmente a una sección llamada: "Sabores Insólitos", que estaba bastante apartado en un rincón de la tienda, en donde había chupetines sabor sangre, tarros de cucarachas, y cucuruchos de cucarachas también.

Hermione acercó un poco la cabeza a los chupetines.

-Uf, no, Harry no querrá de éstos. Creo que son para vampiros -dijo.

-¿Y qué les parece esto? -dijo Ron acercándonos un tarro de cucarachas a la cara, haciendo que nos riéramos.

-Aún peor -dijo una voz familiar detrás de nosotros, que hizo que Ron casi tirara el tarro.

-¡Harry! -gritó Hermione, a lo que le tiré de la manga para que bajara la voz-. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo... cómo lo has hecho...?

-¡Guau! -miau-. ¡Has aprendido a aparecerte! -le dijo Ron a Harry con asombro.

-Por supuesto que no -dijo Harry. Luego bajó la voz para que solo nosotros pudiéramos oír, y nos contó que los gemelos le habían regalado el Mapa del Merodeador para que viniera a Hogsmeade a través de uno de los pasadizos secretos del castillo.

-¿Te lo regalaron? -le pregunté a Harry y él asintió. Luego me reí-. Veo que le dieron un buen uso entonces a ese bendito mapa.

-¿Tú también sabías, Charlotte? -dijo Ron bastante escandalizado, y se llevó una mano al pecho, ofendido-. ¡Son mis hermanos! ¿Por qué Fred y George no me los prestaron nunca? Esos malditos...

-¡Pero Harry no se quedará con él! -dijo Hermione, como si la mera idea le pareciera tan absurda como cancelarle las clases de Transformaciones-. Se lo entregará a la profesora McGonagall. ¿No es así Harry?

Charlotte y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora