Capítulo 42

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La noche anterior al partido, en la sala común, se abandonaron todas las actividades habituales, incluso Hermione dejó de lado sus libros, diciendo que no se podía concentrar en estudiar con tanto barullo. Fred y George estaban gritando y alborotando más que de costumbre, mientras Angelina y Katie se reían de sus gracias. Oliver se había sentado en un rincón con una maqueta del campo de quidditch en frente y movía su varita de un lado a otro, murmurando para sí mismo. Lo vi tan concentrado, que decidí darle su espacio y me fui a sentar con Harry, Ron y Hermione, que estaban más alejados.

No quería pensar tanto en el partido del día siguiente, porque sentía como el estómago se me sacudía cada vez que lo hacía, o cada vez que pensaba en lo que podría salir mal, o en los accidentes que podrían ocurrir. ¡Ay, no! Lo estoy haciendo otra vez. 

-Chicos, tranquilos, van a jugar bien -nos decía Hermione, aunque su vos dejaba escapar un dejo de temor.

-¡Tienes una Saeta de Fuego! -le recordó Ron a Harry, que parecía estar peor que yo.

-Sí -admitió.

De todas maneras fue un alivio que Oliver enviara al equipo a dormir, quizás al menos así iba a poder despejar mi mente aunque fuera unas pocas horas. Me despedí de los chicos y subí a los dormitorios, tirándome en la cama sin siquiera cambiarme, y quedándome dormida a los pocos minutos, sin darme cuenta.

Nuevamente tuve una pesadilla parecida a la que tuve el día que Black entró al castillo por primera vez, pero parecía estar combinada con las voces que escuché el día del partido. Esta vez vi sobre mí, observándome, a aquel hombre que vi esa vez, con el cabello rubio oscuro y ojos azules. Y a su lado había una mujer, de un cabello negro azabache y ojos verdes, ambos con las cabezas unidas y llenos de preocupación, con lágrimas cayendo de vez en cuando por sus mejillas.

-El armario... solo llevará a dos... -dijo la mujer, mirándolo a él.

-Entonces el plan falló... al menos estaremos juntos... -le respondió.

-No -lo interrumpió ella-. Llévate a la bebé... Déjala en el armario con su hermana...

-¿Estás loca...?

-No, no... llévatelas... llévatelas a ambas... tenemos que darles su mejor oportunidad... tenemos que confiar en que volverán a nosotros...

Luego nuevamente se volvieron a mirar en mi dirección. Quería decir algo, pero de mis labios solo salían gritos, llanto, no podía articular palabra.

-Adiós, Charlotte -dijo la mujer, inclinándose para darle un beso a lo que parecía ser mi frente, luego miró hacia el hombre, que llegaba con una pequeña niña rubia en sus brazos-. Adiós, Emma -le dijo despidiéndose de ella también, y pasé de estar en sus brazos a estar en los de él, que ahora nos sujetaba a ambas con firmeza.

El techo de la habitación empezó a moverse, por lo cual asumí que él se movía por el lugar, se escuchó un ruido metálico y luego pude ver el marco de una puerta, por lo cual supuse que salíamos de la habitación, y justo en ese momento, escuché un grito desgarrador de parte de ella, que me dolió en lo más profundo del corazón. 

Seguí viendo el techo del lugar, que era inmenso y parecía no acabarse, hasta que él paró en seco, dejando a la mayor en el suelo detrás de él, y blandiendo aquel objeto metálico que había sacada anteriormente, el cual resultó nada más y nada menos que una espada. Comenzó a blandirla contra unos dos individuos vestidos de negro, mientras yo me movía de arriba hacia abajo al son de sus movimientos. 

Al acabar con ellos, tomó en brazos a la otra niña y continuó su camino, con un corte en el hombro izquierdo, seguramente provocado por uno de aquellos tipos, escuché un ruido fuerte y entramos a una nueva habitación, decorada con móviles para bebé, acto seguido se inclinó a abrir algo, y dejó a la chica rubia sentada primero dentro, y luego, me dejó en el suelo acostada, arreglando la manta que me cubría. Nos besó a ambas en la frente, y luego susurró:

Charlotte y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora