capitulo 8

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—¡No! —Me coloqué de pie inmediatamente—. Se lo agradezco pero siento algo de vergüenza ahora, buscaré un hotel o algo así...

—No Larissa, saldrás de acá mañana temprano para irte a trabajar —sentencio la mujer—. No dejaré que te vayas a un sucio hotel y mucho menos que vuelvas a casa con ese idiota.

—Paulette no es necesario, en serio.

—Larissa —la mujer rodó los ojos—. Si lo es, mira la hora que es, nunca conseguirás una habitación de hotel a esta hora, así que espera aquí y ya te organizo una cama.

—Está bien...

Paulette se retiró y yo me quedé nuevamente a solas con Alexander.

—¿Qué hacías aquí? —pregunté mirándolo.

—Paulette es mi tía —respondió acercándose un poco—. Y yo trato de cuidarla al igual que a Augusto, es como mi segunda madre.

—Entiendo, no lo sabía.

—¿Por qué no me dijiste que tu matrimonio tenía problemas cuando te lo pregunte? —Alexander se colocó de pie para estar hincarse frente a mí.

—Yo no sabía que no lograr embarazarme era un problema tan grave.

—Es porque no lo es, si no logras quedar embarazada vas al médico y ya, no vas culpando a diestra y siniestra.

—Yo... —cubrí mi rostro con mis manos cuando no encontré que decir—. Me siento tan tonta ahora, no debí decirle nada a mi madre, sabía que era una chismosa y solo era cuestión de tiempo.

—Larissa —Alexander me habló con algo de fuerza—, metete algo en la cabeza —agarró mi rostro con delicadeza—. No es tu culpa, nada de lo que está pasando es tu culpa, quedar embarazada o no a veces es cuestión de azares y lo de la pelea con tu esposo, pienso que es más culpa de tu madre.

—Si, yo también pensé lo mismo, pero no podía ir con ella Alexander, si iba con ella me hubiera culpado también y yo—

Alexander choco su frente con la mía y su respiración se volvió un poco pesada.

—Dices mi nombre de una forma tan deliciosa...

—Yo... lo lamento.

—No te atrevas a disculparte por eso.

—Paulette puede aparecer y yo... Alexander, sabes que estoy casada y yo amo a Aaron a pesar de todo.

—Lo sé —soltó un suspiro—. Pero no me quiero rendir contigo, esos ojos verdes me están volviendo loco y sé que debajo de esa armadura bañada de pulcritud se encuentra atrapada una diosa que merece ser liberada.

—Yo no soy como tú piensas —musité sintiendo su aliento cerca de mi rostro.

—Eso tengo que descubrirlo.

—¡Alex! ¡Ayuda! —gritó Paulette con desesperación.

Los dos nos separamos de golpe y corrimos hasta una pequeña habitación, la mujer estaba arrinconada con un tubo en su mano y un indefenso ratón al otro lado de la habitación, eso me hizo reír.

—¡¿Qué sucede?! —gritó Augusto apareciendo con una pijama puesta y una escopeta en las manos.

—¡Hombre baja eso! ¡Vas a hacerle otro hueco a la pared! —gritó Alexander intentando quitarle el arma.

—¡Pero mi esposa pidió ayuda! —alegó el hombre.

—¡No vas a matar a un ratón y menos con la escopeta! —Lo regañó Paulette—. Olerá horrible, solo sáquenlo del cuarto.

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