cuarenta y cinco

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Los seres humanos son animales, no hay diferencia alguna. Nacen, crecen, se reproducen y mueren. En un mundo donde la vida no es efímera cada quien busca su propio camino, su único lugar al que pertenecer, por el deseo de ser amados.

No era diferente para aquellos piratas. Su psychí les unía de una manera única y especial, sería raro encontrar a un humano con esta fuerte alma que no tuviera las mismas características que su otra mitad.

Ji Min era un tiburón blanco, desde que comenzó a tener consciencia sabía que debía luchar con todos a su alrededor o lo matarían, al momento de poder moverse con libertad lo primero que tenía que hacer era huir antes de que su propia madre lo devorara, nadando solo y sin rumbo, buscando alimentarse para no morir de hambre, nadando y en un sentido, llevándose consigo todo a su paso... hiciera lo que hiciera solo tenía dos opciones, la primera siempre era atacar y la segunda morir, después de todo si un tiburón deja de nadar, muere.

Aprendió a hacer las cosas por sí mismo, aprendió a sobrevivir en ese mundo que quería tragarlo a cada momento. La soledad era su mejor amiga y su única aliada, cada día era vivir al extremo para seguir nadando. Por eso cuando conoció a Jung Guk todo aquello tuvo un sentido, ser el más fuerte para proteger a aquellos a quienes ama. Conoció lo que era ese sentimiento tan abstracto, pero a la vez tan llenador, ese sentimiento que conoció al vivir cerca de un cuarto de su vida. Park Ji Min lo encontró todo después de no tener nada.

Pero la vida no siempre es así de cariñosa, Park vivió en lo profundo del océano y tuvo que nadar contra corrientes, pelear contra otros, alimentarse de lo que encontraba y jamás dependió de alguien.

En cambio, Kim Tae Hyung no era así.

Un niño que creció a un lado de las más hermosas vistas heladas, todo a su alrededor era blanco y lo admitía, amaba ese color tan puro y cristalino. Un niño que conoció lo que era el amor de una madre, el amor de un hermano y, sobre todo, el amor de una familia que siempre te protegía de todo mal. Su familia lo amaba, y él los amaba a ellos. Su sonrisa siempre era algo que nunca se perdía en aquellos blanquecinos glaciares con los que se divertía, pues estos cambiaban su forma haciéndolo más alto o más ancho, más pequeño o más delgado, se divertía jugando con todos los niños de la aldea en la que creció. Sin duda, su corazón era cálido a pesar de los fríos días.

La vida siempre te pone trabas, pero aquello que le impuso a ese chico... fue el infierno.

Bandidos.

Comida era lo que escaseaba en aquellos lados, solo tenían una oportunidad de caza si no querían morir de hambre por aquellos días, los viajes a la aldea más cercana duraban cerca de ocho días y el porcentaje para llegar intacto era muy poco, las ventiscas solían ser impredecibles y demasiado salvajes, pero ellos encontraron la forma de tener comida.

Cuando aquellas personas vestidas de negro, cubiertos de pies a cabeza llegaron exigiendo alimento, una parte de él le grito que no los dejaran, que ese era su territorio. Los mayores de la aldea se enfrentaron, pero no esperaban a que las armas de esos altaneros fueran tan sofisticadas, no había igualdad en defensa y mucho menos en ataque. Aquellas armas eran más rápidas que los ataques de aquellas personas, el estruendoso ruido que producían aturdía a los que no la conocían, y en cuanto menos te dabas cuenta un pedazo de metal ya estaba incrustado en alguna parte de tu cuerpo, la sangre salía a borbotones y perdías en tan solo segundos.

Fue en vano la defensa, todos habían caído.

Tae Hyung vio como a su alrededor la hermosa vista blanquecina que tanto amaba, ahora era de una tonalidad roja... luego levantaba la mirada y solo encontraba un color tan denso y putrefacto como el negro.

over heat 지국 jikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora