XIV

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Esta no es mía, yo solo la traduzco.
La autora original es de nonsenseverses







—Bueno, ahora que estoy mejor, supongo que este es el adiós.

El ángel y el demonio se encontraban parados en medio de un parque vacío. El mismo parque al cual Eddy huyó luego de, lamentablemente, estrangular a Brett.

El demonio pudo haber jurado que sintió que su corazón se detuvo por un segundo. Nunca pensó el hecho de que cada uno tendría que seguir su camino una vez que el pelinegro mejorara, y ahora que había llegado el momento, no estaba muy seguro de cómo responder.

—Um si, supongo. —dijo el castaño, pasándose una mano inquietamente por el cabello.

—Gracias, Eddy. —su voz estaba cargada de esa melosa sinceridad a la que el mayor se había acostumbrado.

No respondió por miedo a que su voz le fallara, solo vio a Brett extender sus blancas y pequeñas alas y salir volando al cielo nublado.

Decidió caminar a casa.

•••

Brett aterrizó en el patio delantero de su cabaña, cuyo pasto estaba un poco crecido ya, emocionado de estar de vuelta en su hogar lejos de casa, donde podría relajarse y volver a tocar el violín a salvo lejos de cualquier demonio.

Abrió el cerrojo de la puerta y entró impacientemente en la oscuridad del pasillo principal.

Lo primero de lo que se percató no fueron los vasos rotos en el piso o la mesa y las sillas volteadas, fue el denso hedor a muerte que había en el lugar. Olía como si algo se estuviera pudriendo y le generó a Brett ganas de vomitar. Se adentró más, atónito mientras veía el desastre que había. Cojines esparcidos por el suelo, huellas de botas de lodo y todos los cajones de la cocina abiertos.

Sin embargo, lo que más le angustió fueron las dos palomas blancas despedazadas y ensangrentada en el piso de azulejos en la cocina. Brett cayó de rodillas, un sollozo ahogado se escapó de su garganta. Mientras más se acercaba peor olía, pero una intensa pena y dolor se apoderaron de él y sentía que ya no tenía el control de propio cuerpo.

Luego de llorar por las hermosas aves un momento, Brett se dirigió con cautela a su habitación, con la esperanza de que el monstruo que le había hecho esto a su casa no haya entrado allí.

Pero no tuvo suerte. Luego de girar el picaporte encontró sangre manchando las paredes una vez blancas. Había un mensaje, de color rojo intenso, escrito descuidadamente en lo que parecía sangre humana:

«Tus pecados te enviarán al infierno, Brett.»

El que usaran su nombre le produjo escalofríos. Cuando se estaba acercando al mensaje escuchó un crujido bajo su pie.

Era un pedazo de madera astillada.

Dio otro paso.

Y otra pieza.

Y otra.

Y ahí estaba su violín, hecho trizas en el suelo. Había astillas por todos lados, el diapasón desprendido del cuerpo, las cuerdas cortadas y el arco partido por la mitad.

Cayó al suelo, soltando fuertes y dolorosos sollozos que sacudían su pequeña figura y las lágrimas caían por sus mejillas. Estaba jadeando por aire pero más se sofocaba, se le apretaba el pecho con cada inhalación. Sus manos estaban manchadas con la sangre que cubría el violín y sentía que le quemaba. Se atragantó con el abrumador olor, lágrimas saldas bañando su cara.

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