«Qué lástima que el sufrimiento venga de un cielo que de un maldito infierno».
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El mundo de Jhandra Bell colapsa el día de su graduación.
El amor no será capaz de hacerle cambiar su decisión.
En pleno descenso a la oscuridad encontrará un aliad...
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Amar es:
Tocar el cielo con los dedos y al mismo tiempo desatar en tu interior un candente infierno.
En las manos adecuadas, pero en el momento equivocado.
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Ella se remueve entre sus brazos de manera persistente.
—Por favor, no te resistas, déjame amarte, Jazba. —susurra cerquita de su oído.
—No. nada va a cambiar, no dejaré mi venganza, Aryek, tú y yo saldremos lastimados una y otra vez —dice con la voz entrecortada y sus ojos cristalizados.
Él junta su frente con la de ella, ambos agitados y con el pulso acelerado.
—¡No me importa! —ruge con dolor en su voz—, déjame ser parte de ti, todo lo que quiero es que tú... seas sinónimo de conmigo. Vivir mi vida contigo desde hoy hasta el último día de mi vida, Jhandra—súplica con el corazón en la boca y el orgullo por los suelos.
Cuando vio como Dyclan la tomaba de la cintura de una manera posesiva, una emoción arrolladora lo invadió de tal manera que solo quería ir y alejarlo de ella.
—¿Podemos rendirnos? Me rindo ante ti y por ti. —Ella traga saliva y sus ojos desbordados conectan con los de él.
—Aryek —susurra con su voz contenida cerrando sus ojos. Ambos de forma lenta inclinan sus cabezas en diferentes direcciones y unen sus bocas en un beso desesperado y necesitado. Un chispazo al instante hace que sus dudas se disipen con el ardor que crece en sus sistemas. A los minutos se separan por la falta de oxígeno y él comienza un recorrido con su nariz dejando su aliento en cada parte del rostro de ella, envolviéndola de una manera tan hipnótica que sus cuerpos comienzan a bailar al mismo son.
—Te amo...—Besa su frente—. Desde que te conocí lo he hecho y lo sigo haciendo. —Besa sus mejillas encendidas—. Fui hecho para enamorarme de ti, Jhandra —confiesa besando su barbilla hasta que de nuevo vuelve a su boca.
Sus cuerpos vibran al unísono.
Sus manos toman vida propia tocando sobre la ropa y disfrutando del cuerpo del otro con deseo, lentitud e intensidad.
Reconociéndose.
Se deleitan de la vista, observándose con intensidad sus expresiones y rozando con sus dedos cada parte de piel expuesta.
Descubriéndose.
Sus pies se mueven al compás en busca de ese lugar que será el testigo de una entrega cargada de deseos escondidos por el tiempo y distancia.
—Ar —jadea entre besos mientras se dirigen a la habitación sin dejar de acariciarse por encima de las telas.
Al llegar al pie de la cama la gira y sus voluptuosas curvas dan de lleno contra él encajando a la perfección. Al instante por instinto ella ladea su cuello dándole acceso, sintiendo las yemas de los dedos recorrer su piel porcelana, besos húmedos la llenan hasta llegar a su marca de nacimiento sobre el hombro.