Natalia y Alba están completamente instaladas en Nueva York pero la Guerra Civil española les dará un sorpresa.
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Narra Alba
Me revolví entre las sábanas al sentir la luz del sol colarse por las cortinas de nuestra habitación. Me abracé con más fuerza a mi chica y metí mi cabeza en el hueco de su cuello. Sin embargo, la luz del sol seguía entrando por la ventana por lo que no tuve más remedio que abrir los ojos gruñendo.
Nada más abrir los ojos, me encontré con la carita de mi chica aplastada contra la almohada. Natalia era una autentica marmota y por mucho que el sol le diera de lleno, no se iba a despertar. Sonreí como la tonta enamorada que era y posé mi mano en su mejilla. La acaricié con suavidad y pasé un mechón de su pelo por detrás de adorable orejita de duende.
-Eres lo más bonito de este mundo mi amor.- Suspiré con una sonrisa con cuidado de no despertarla.
Salí de su abrazo suavemente y me incorporé en la cama, quería bajar a comprar el desayuno para las dos. Me levanté de la cama y me coloqué mi bata de estar por casa para que frío de Nueva York no me calara hasta lo huesos. Me asomé a la ventana lévenle viendo como la ciudad comenzaba a despertar. Saqué mi ropa del armario y me dirigí al baño para cambiarme y así no molestar a Natalia.
Me aseé y me vestí lo más rápido posible para poder bajar a por el desayuno cuanto antes. Mientras que me dirigía hacia el salón, me asomé a mi cuarto y sonreí viendo a Nat dormir plácidamente. Preparé m bolso para poder salir de casa pero antes decidí escribirle una nota a mi chica por si se despertaba.
"He bajado un momentito a la panadería a por el desayuno, vuelvo en cinco minutos mi amor. Te quiero Nat y buenos días".
Dibujé un corazón en el papel y dejé la nota en su mesita de noche para que la viera. Le di un beso en la espalda a la morena y salí de casa. Bajé las escaleras saludando alegremente a alguna vecina, habíamos tenido suerte y eran muy majas. En cuanto salí a la calle, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Estábamos en diciembre y no tardaría en nevar en la ciudad.
Cada día que pasaba en Nueva York, hacía que me enamorar más de la ciudad. Mi chica y yo llevábamos cerca de un año y medio viviendo aquí y no lo cambiaría por nada del mundo. El barrio en el que mis suegros nos buscaron el piso, que estaba a cinco minutos del trabajo, era maravilloso. Los vecinos eran en su mayoría compañeros de trabajo y gente bastante maja. Sabía que Nat y yo éramos pareja y lo respetaban muchísimo, aun así debíamos ir con cuidado.
Aunque no éramos libres del todo ni mucho menos, sentía que jamás habría podido disfrutar de esta libertad en Madrid. En Nueva York, no había nada que me impidiera ser la pareja de Nat dentro de nuestra casa, en el trabajo o con nuestros amigos. No podía darle la mano por la calle pero por lo menos éramos felices de esa manera.
Mis suegros venía a vernos cada vez que podía junto a mis cuñados y nos llamaban casi todos los días. Nos habían dicho que las cosas en Madrid con respecto a nosotras estaban calmadas pero que preferían venir ellos para no correr riesgos. La Navidad y el Año Nuevo del año pasado las celebramos con ellos y las de este año no iban a ser menos.
Había veces que echaba mucho de menos a mi familia. Llevaba sin hablar con ellos mucho tiempo aunque la familia de Nat siempre me ponían al tanto de como estaban. A veces lloraba sobre le pecho de mi chica porque quería hablar con mi hermana y no podía. Una noche pensé seriamente en llamarla pero, cuando tenía la mano en el teléfono, me deshice de la idea. Si lo hacia, seguramente Marina le diría a mis padres donde estaba. Vendrían a por y, como consecuencia, a por Nat y no estaba dispuesta a que nada le pasara.