Una Carta, Una Decisión

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El silencio se dio en todo el pueblo, casi como si hubieran presenciado la muerte. La banda, con guitarras, flautas, violines y tambores, había guardado silencio, al igual que la multitud, todos miraban a los dos guardias imperiales como si tuvieran una araña en la cabeza.

De entre el gentío, en la calle principal, salieron los mellizos, para recibir sus cartas. Phoenix miró sin miedo alguno al caballero sobre el caballo, extendiendo su mano, para que le diera la dichosa orden del emperador, haciendo temblar al guardia en su lugar. La mirada rubí del chico era fría, y notaba la molestia que le causaba el hecho de tener que ir frente a ellos, como si no mereciera su atención, sin duda, aquella mirada recordaba al emperador. Por otro lado el mellizo menor, Haim, solo se posó al lado de su hermano, y ladeo la cabeza hacia el otro caballero, su mirada a diferencia de la rubí, mostraba burla, como si supiera que aquello iba a pasar.

-Con un gusto, iremos con su majestad. -Las dos voces sonaron a coro, y todos miraron como ambos chicos sonreían y hacían una reverencia frente ambos soldados, con la atenta mirada incluso de sus padres. -

Las respiraciones resonaban en el lugar, lo que alguna vez, fue un pueblo bullicioso y alegre, con bellas calles llenas de flores y carteles de todos los colores, se había vuelto gris y deprimente en segundos. Todos sabían que los últimos años el Emperador no había tomado las mejores decisiones y algunos pensaban que aquella significaba un "morir-morir", es decir... Perder a las gemas de Ambrosine.

-Creo que nosotros, debemos hablar. -dijo el adulto, padre de los chicos, arrebatado su carta a los caballeros y tomando de las orejas a los dos adolescentes, hacia su hogar-

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-¿¡Tienen idea de lo que dijeron y en que estamos metidos?! -grito Kiel, golpeando la mesa del comedor donde estaban. -

Los dos hermanos agachar on la cabeza aún más, en la gran mesa en la que estaban, tenían en frente a sus padres, y desde la puerta, de la cocina, se podía ver a sus hermanos espiar.

Con el tiempo, aquella casa, casi sin nada, había tomado su propia forma, tenía un color blanco en su fachada y en el interior, los colores amarillo y celeste, estaban encargados de dar vida a la casa. Había múltiples habitaciones, por lo que tenían la facilidad de que cada uno de sus hijos tenía una habitación propia, y si bien no estaban llenas de lujos o eran grandes, tenían su propia comodidad y adornadas a su manera.

Había un salón de música, en el lado izquierdo de la casa, justo al lado de la bi lioteca y el estudio de de Lucas. Mientras que en el lado derecho estaba la oficina de Kiel y una sala de juegos de los niños, tenían un gran comedor, y una sala de estar, al lado de la chimenea donde solían pasar las frías noches en familia. Y al entrar a la casa se podían encontrar con el gran salón de baile que sólo se usaba para cumpleaños o para cuando querían bailar y jugar.

En ese momentos estaban en el comedor, regañando a sus hijos mayores, quienes parecían algo apenados, aunque nisiquiera sintieran arrepentimiento.

-Kiel, amor, relajate. -dijo el otro adulto, tomando la mano de quien parecía furioso, y besándole la mejilla, con suavidad, mirando luego, al par de ojos gemas que les miraban expectantes. - ¿Tienen en cuenta que ahora estarán en la mira de cientos de magos no?, se que no son idiotas, algo tienen planeado.

Los hermanos se miraron, era obvio que su padre mayor sabía que ellos tenían algo planeado.

- Veintiuno de Julio, hace tres años, el día de su cumpleaños veintinueve, el emperador morirá y su hermano Anastacius de Alger Obelia, y padre legítimo de la princesa imperial, retomará el trono llevando a Obelia a su fin. -dijo Haim, mirando a su madre, quien sólo miró la mesa, sin decir nada-

En el olvido (Princesa Encantadora) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora