Fue realmente fácil explicarle a Jacobo que no podríamos vernos ese día porque tenía que cenar con uno de los clientes del bufete. Puede que porque estaba ya tan metido en ese mundo que esas cosas no le sorprendían en absoluto o quizás porque era tan confiado como Papa Noel. Difícil fue hacerle entender al señor Ruiz que su hijita se iba a cenar con uno de los hombres mas ricos del mundo. Gracias a la rapidez de Sofía que se invento que era una cena con las jóvenes promesas del despacho y que seriamos unos 20 conseguí el permiso necesario.
Me puse lo mas seria posible, con unos de mis looks del trabajo, camisa blanca y falda de tubo, intentando dejar claro que eso no sería mas que una reunión en un lugar distinto y poco común. Tenía claro lo que iba a hacer si ese señor intentara pasarse de la raya, copa de vino en la cara y salida triunfal tipo película.
Aparqué el coche en la dirección que me habían indicado Carlos y mire alrededor sin entender muy bien lo que veía.
Estaba en una especie de polígono industrial en el que apenas había luz o signo de vida mas allá de unos camioneros descargando mercancía y un vagabundo entre cartones al otro lado de la avenida. El edificio era viejo y oscuro, no tenía ventanas y parecía de todo menos un restaurante. Salgo y cierro el coche dos veces para asegurarme, cojo mi diminuto bolso y me acerco a la puerta. Era una de esas puertas de metal que se abrían con cierta dificultad haciendo un ruido horroroso. El vagabundo me mira a lo lejos con enfado por despertarle y entro preguntándome por quinta vez que estaba haciendo ahí.
Dentro no hay mas que una bombilla iluminando un pequeño recibidor en el que un hombre con un profesional traje negro esta sentado en una diminuta mesa roja. Levanta la vista de su MacBook para posarla en mi.
—¿Te has perdido niña?
Le maldigo en voz baja por llamarme niña y pongo mi mejor sonrisa falsa.
—He quedado con el señor Klen —aclaro con firmeza
El señor me mira ahora con desconfianza y me repasa de arriba a abajo.
—Marcus Klen —añado.
—Ya sé quien es —rebate ofendido.
Teclea unos segundos en la pantalla que se me hacen eternos. Llegaba muy justa de tiempo y no quería alargar todo eso durante mucho más.
—¿Cómo dices que te llamas?
—Ana Ruiz ¿puedes llamarlo y preguntarle? No tengo todo el tiempo.
—Tranquila fiera, te tengo aquí apuntada —responde y relaja el gesto —Acompáñame, yo te llevo.
Subimos por unas escaleras y entramos por una puerta en la que me quedo plantada del susto. El ambiente al otro lado era una autentica locura. El restaurante parecía el mismísimo palacio de Versalles. Un suelo cubierto por una enorme alfombra blanca y marrón, las mesas con manteles blancos y dorados y las lamparas que bajaban del altísimo techo bañadas en oro le daban aspecto suntuoso al lugar. Las paredes estaban cubiertas de cuadros del renacimiento y esquinas talladas de madera, oro y más mármol.
Estaba abarrotado. En una de las mesas reconocí al presidente del Tribunal Supremo, unos cuantos ministros y uno de los sobrinos del rey. Los demás hombres y mujeres que murmuraban alrededor de las mesas no serían poca cosa. Allí dentro estaba la elite del país. Ahora entendía porque me miraba así ese señor, no pintaba absolutamente nada. Los camareros iban vestidos con traje sin chaqueta y llevaban las bandejas con una habilidad y velocidad sorprendentes, parecía una escena sacada de una película.
Sigo al susodicho hasta el fondo de la sala, a una de las mesas mas ocultas del restaurante en la que reconocí al instante al señor Klen. Su expresión campechana como siempre engañaba, pero al menos conseguía que me relajara un poco. Me saluda con cortesía y me ofrece asiento. Puede que al final no fuera algo tan horrible.
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MÍA
Teen FictionNo es que Ana no se enamore, que lo hace, pero necesita una conexión instantánea. Con Christopher Drew la tiene pero el universo le juega una mala pasada y mete en su vida a su hijo, un perfecto y enamorado caballero que es todo lo que una chica pue...