Reunión

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Desesperación era poco para definir lo que ella estaba sintiendo en estos momentos, por más que había buscado por todas partes, recorriendo casi toda la ciudad, Matsuri no había logrado dar con su hija. Ella e Ittetsu se habían separado para buscarla, pero luego de no encontrar siquiera su rastro, regresó al hotel, resignada. Ahora estaba sentada en la sala de la habitación, cubriéndose el rostro con ambas manos, sin parar de llorar, ¿cómo había podido ser tan descuidada?

—Matsuri —Ittetsu se acuclilló frente a ella, tratando de reconfortarla—. Tranquila, Aika aparecerá, no pudo haber ido demasiado lejos.

—Pero no la encontramos... —respondió la castaña, sin descubrir su rostro—. ¿Dónde está mi hija, Ittetsu? Te juro que si le pasa algo, yo me muero...

Él no sabía qué decirle, estaba tan preocupado como ella, después de todo, quería a Aika como si se tratara de su propia hija, la había visto nacer y había estado ahí en todos sus cumpleaños, en el momento en que dijo su primera palabra y, también, cuando caminó por primera vez, no podía siquiera imaginarse cómo sería la vida de no estar ella.

—Vamos a encontrarla —aseguró, alzándose para abrazar a Matsuri con fuerza.

Aquella noche fue terrible para Matsuri, Ittetsu tuvo que darle un tranquilizante para que se durmiera, mientras que él decidió salir a buscar a Aika, sin éxito alguno.

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Gaara se encontraba sentado frente a esa niña, la cual dormía profundamente desde el instante en que se desmayó frente a él durante el día. No sabía quién era, no tenía ninguna identificación consigo, en su mochila solamente llevaba juguetes, un oso de peluche y otras cosas, pero, sin duda, lo más extraño era ese mapa que ella aferraba en su mano cuando la recogió, tenía marcada Suna, ¿la niña se dirigía a Suna?

—Se me hace muy familiar... —susurró, observando a esa pequeñita fijamente, sin siquiera parpadear, no entendía qué sucedía, pero juraba que ese rostro lo había visto en algún lugar.

—Gaara —escuchó la voz de Kankuro, así que volteó hacia la entrada, su hermano estaba ahí, parecía cansado—. Ya me voy a dormir, ¿vas a seguir aquí? —preguntó, pues el menor no se había despegado de ese cuarto desde que ingresaron a esa pequeña, después de que Sakura y Tsunade la revisaron.

—No puedo dejar a la niña sola, es pequeña —respondió el Kazekage—. Dijeron que podía despertar en cualquier momento, quisiera estar aquí y preguntarle algunas cosas.

Kankuro ladeó el rostro, confuso.

—¿Qué cosas?

El pelirrojo se puso de pie, yendo hacia la cómoda que estaba en una esquina de la habitación, en donde había dejado aquel mapa, el cual le mostró a Kankuro.

—Ella tiene un mapa con la ubicación de Suna marcada en él, ¿no crees que es extraño?

—¿Quizá es familiar de algún aldeano? —inquirió el castaño, arqueando una ceja.

—Kankuro, mírala —Gaara señaló a la niña durmiente—. ¿Te parece que ella es alguien de Suna? Nunca la había visto antes, sin embargo, se me hace familiar.

—Ahora que lo dices... —susurró el mayor, clavando sus ojos sobre la figura de la pequeñita, incluso frunció el ceño cuando se dio cuenta de que sí, era cierto, ella le recordaba demasiado a alguien, pero no podía decir a quién—. Ah, no sé, pero dudo que esa niña sea sospechosa, es sólo una niña.

El Kazekage asintió.

—Lo sé, pero aún así quisiera saber qué pretendía hacer.

—Vale, pues, quédate, cualquier cosa, llama a mi habitación —avisó antes de retirarse el marionetista, dejando nuevamente a solas a su hermano menor y a aquella paciente, a lo que Gaara regresó y se volvió a sentar a su lado, sin apartarle la vista de encima durante toda la noche, o eso pretendía, pues, luego de años de ya no tener a Shukaku dentro, le era difícil permanecer despierto durante más horas de las normales, así que, sin darse cuenta, se quedó dormido.

Nunca Hubo AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora