Rubí

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Andrew se asomó lentamente con miedo, ya que no sabía lo que le podía estar esperando más allá del recodo y vió a unos treinta metros de él una enorme caverna que brillaba debido a los trozos de Mithril, a los cristales de Laen y a los diamantes que estaban incrustados en las paredes.

A unos 50 metros de su posición, se encontraba el carruaje aparentemente indemne con un enorme dragón rojo que seguía lanzando maldiciones y rugidos debido a lo ineficaz de sus ataques mientras qué media docena de nagas daba vueltas alrededor del carruaje para evitar posibles fugas.

Andrew se dio cuenta que solo había una forma de poder enfrentarse a ese dragón y era invocando la criatura de Sadjet, esperando que fuera lo suficientemente poderosa para enfrentarse al dragón mientras que él tenía que enfrentarse a seis nagas más fuertes que él y sabía que las dos anteriores a las que se había enfrentado las había vencido más por suerte que por otra cosa, pero no podía rendirse a sabiendas de que más tarde o más temprano el carruaje caería bajo los golpes del dragón y el pasajero sería devorado por él.

Se acercó lentamente a la parte contraria en la que estaba el dragón ocultándose entre las sombras y completamente cubierto por la capa negra que le había dado Godrik, el señor de Silverstone, la cual, además de enmascarar sus objetos, le daba habilidades de Subterfugio, como Acechar y Esconderse, incluso le daba bonus a Emboscar y a Matar Silenciosamente, está capa era perfecta para un asesino, él no lo era, pero la capa le permitía serlo.

Cuando llegó hasta ese lugar, cogió una piedra y comenzó a golpear su escudo con él haciendo el mismo sonido que un gong, llamando la atención de los guardias nagas mientras que el dragón miró por encima del carruaje y después de soltar un bufido de despreció al ver a un aventurero solitario, volvió a arañar al carruaje, pero no le hizo ni una señal con sus enormes uñas, en cambio las nalgas cargaron contra él empuñando con fuerza sus alabardas de más de tres metros.

El aventurero sonrío y lanzó una bola de hielo cuando estaban a unos quince metros de distancia, que era el alcance máximo de esa bola, en contrapunto del alcance de las de fuego, que eran de treinta metros, pero había preferido esa por varias razones: la de fuego tenía un radio de tres metros y hacia un gran daño de fuego, haciendo que todo lo inflamable ardiera en llamas, en cambio la de hielo tenía un radio de seis metros y, aunque su daño solo era un 25% respecto a la de fuego, tenía el poder de congelar y ralentizar a sus enemigos, lo cual hacía que a unas criaturas de agua fría como las nagas se movieran muy despacio.

Andrew hizo una mueca enseñando los dientes y mientras se abalanzaba sobre ellos, desenvaino su espada, inmolandola en hielo.

Las nagas eran más poderosas que él, pero ahora y gracias al hechizo, sus características y habilidades se habían reducido en un 40%, así que el aventurero era muy superior a ellas.

Andrew corrió en dirección a sus adversarios, pero antes de que llegará el primero, se tiró al suelo esquivando la alabarda y resbalando por encima de la cama de monedas que cubrían el suelo de la caverna, paso por el lado de la primera de ellas, cortándole con rapidez la cola y haciéndole gritar de dolor y lanzando contra la otra más cercana a él un rayo de hielo que la dejo paralizada, cosa que aprovechó él para de un mandoblazo cortarle el cuello y ver con una sonrisa cómo el cuerpo se convertía en niebla y entraba en su mochila.

En ese momento, el dragón volvió a levantar la cabeza y al ver como una de sus guardias había desaparecido y otra tenía la cola mutilada decidió ir él, además el carruaje no se iba a mover de allí.

Un enorme guerrero de Anubis con la cara de un chacal, de más de tres metros de altura, apareció de repente, empuñando con fuerza un kopesh y un escudo ovalado con el que golpeó con fuerza al dragón tirándolo al suelo y luego, a una orden mental del aventurero, pegó una patada a dos de las nagas enviándolas a más de cinco metros de distancia, dónde cayeron desmadejadas en el suelo, aturdidas y sin poder moverse.

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