Capítulo 3: Luciérnaga

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Sheldon

No sé qué es peor: si ir al trabajo todos los días en autobús o no poder charlar con Leonard en el almuerzo.

El apartamento se siente tan solo cuando estoy en él. Los almuerzos no incluyen conversaciones entretenidas. En los viajes de camino a la universidad y de regreso ya no puedo hacer juegos para pasar el rato.

Todo es muy triste si Leonard no está conmigo.

Pero, después de reorganizar las cosas en mi mente, creo que ir a ver a Leonard todas las noches quizá sea algo bueno. Además, ya que en su nuevo cuarto hay un sillón en donde puedo dormir, tal vez no sería tan mala idea llevar mi ropa y dormir allá hasta que Leonard se recupere.

Debo admitir que eso desacomodará mucho mi horario. Es decir, ¿el desayuno puede ser igual de nutritivo? ¿En qué momento me asearé? ¿Mis intestinos ya se habrán acostumbrado a un horario revoltoso y alocado? Y, lo que es peor, ¡¿podré ver Firefly en ese televisor pequeño y viejo en el cuarto de Leonard?!

Cielos, siento que quizás este plan no es tan práctico como pareció al imaginarlo la primera vez.

Aunque, incluso con todos estos inconvenientes, es mucho mejor estar con Leonard que sin él. Y no solo yo lo necesito a él, sino que él también me necesita a mí.

Digo, alguien tiene que cambiar los canales y llevarle algo de buena lectura.

Quizás incluso podríamos jugar ajedrez.

Después de todo, creo que ya no hay vuelta atrás, pues el transporte acaba de dejarme en el hospital. Me dirijo en dirección a Leonard mientras cargo mis maletas. Trato de tocar las menores cosas posibles mientras camino. No vaya a ser que contraiga una enfermedad.

Llegó a la habitación de Leonard y toco la puerta tres veces. Leonard desde dentro me permite pasar y lo hago. Me alivio al poder soltar mis pesadas valijas. Veo a Leonard y él me ve a mí.

—¿Qué traes ahí? —indaga.

—¿Qué no es obvio? —pregunto yo, pues es claro que su pregunta es más que evidente—. Son maletas, para quedarme aquí contigo.

—¿Qué? Sheldon —me llama—, no es necesario que te quedes aquí. —Puedo notar cómo parece incomodarse, pues se mueve en su camilla como si pretendiera levantarse.

—Claro que sí. Los doctores me lo permitieron, el apartamento se siente solo y, además —hablo cambiando los canales—, ya me informé y sí tienen el canal donde pasan Firefly. —Subo el volumen—. Empieza en, exactamente, cuarenta minutos con siete segundos —afirmo viendo mi reloj de muñeca.

—Pero ¿qué hay de tu trabajo? —Me mira con ojos saltones.

Yo me alzo de hombros y contesto con simpleza:

—No veo problema alguno con que vaya cada mañana, al despertarme. ¿Por qué crees que traigo maletas? —pregunto apuntando hacia mis equipajes—. ¡Oh! ¡Y mira! —Saco de una de mis maletas el tablero plegable el cual contiene las piezas en su interior—. ¡Te apalearé en ajedrez!

—¡Uau! —exclama él, aunque con una voz bastante bajita—. En verdad pensaste en todo…

—Por supuesto. También traje varios libros, para leerte. No creo que tu mente un poco hábil resista la carencia de nuevos conocimientos.

—Sheldon —dice—,  de verdad, no tenías que hacer esto por mí.

—¿Por qué no tendría? —cuestiono confundido—. Ya te mencioné la lista de pros. Sí, hay contras varios, pero son menos relevantes que los pros y pueden pasar a segundo plano.

—Está bien… —susurra. Parece algo inconforme o quizá siente asco. Es difícil de descifrar—. Gracias, Sheldon.

—No hace falta que me agradezcas —explico. No sé por qué, pero fue inevitable para mí el sonreír.

—¿Y por cuánto tiempo te quedarás? —titubea Hofstadter.

—Hasta que te mejores y regreses al apartamento —aclaro. Apenas estaba colocando una manta sobre el sillón cuando escuché a Leonard reclamando:

—¡¿Qué?! ¡Pero, Sheldon, ni siquiera los doctores saben si me recuperaré! ¿Qué harás si no me curo? ¿O si no puedo regresar a nuestro apartamento? Debes buscar un nuevo inquilino. Y…

—No —interrumpo—. Leonard, tú y yo sabemos que no hallaré otro inquilino ni en un millón de años. No solo eres mi compañero de cohabitación: eres mi amigo. Quiero recuperar el tiempo contigo y si no te vas de este hospital entonces yo tampoco lo haré.

Él me mira. Parece aterrado. Quizá lo está debido a que le interrumpí. Quizás elevé mi tono de voz por encima de lo socialmente práctico. No lo sé. El punto es que, aun con sus ojos saltones, Leonard parece sonreír, y dice:

—Gracias, de verdad.

—No tienes por qué darme las gracias. No solo eres mi único amigo, Leonard: eres mi mejor amigo. Y… estás solo.

—No, no estoy solo —responde, antes de mirarme con una expresión de alegría que jamás llegué a contemplar en él—. Estoy contigo.

Yo sonrío y él parece feliz de verme. Me acomodo entre las mantas —pues la habitación resulta ser más fría de lo que imaginé— y dirijo mi mirada hacia la T.V. mientras espero a que inicie Firefly.

Perdón por no haber actualizado. Estuve enferma y sin internet. (Sigo enferma y sin internet, pero bueno.)

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