Capítulo 6: Madre

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Leonard

—¿Es normal que aún no pueda caminar, doctor Brown?

—Sí, es normal.

—Pero el doctor James dijo que todos mis huesos rotos se recuperaron.

—Sí, pero recuerde que el impacto fue demasiado fuerte. —Él le da una calada a su cigarrillo. Sigo sin creer cómo es posible que alguien que dedique toda su vida a salvar las de los demás pueda ser capaz de fumar, arruinándose la suya—. El doctor James no le avisó que aún está pasando por un período terapéutico, y es necesario que las actividades vayan progresando poco a poco.

Yo me siento algo dolido, mostrándome cabizbajo.

Por un segundo pienso que debería de haber una ley que prohíba a las personas fumar en los hospitales.

Una hora luego de mi charla con el doctor Brown, llega la enfermera Rosemary. Ella me lleva a realizar mis ejercicios, pero no me muestro tan entusiasmado y, media hora más tarde, regreso a la camilla.

Suelto un suspiro, sujeto uno de los libros que Sheldon me trajo y comienzo a leerlo.

Cuando voy por la mitad, escucho un ajetreo afuera, al lado de mi puerta. Sé que no se trata de Sheldon, pues no es su hora de salida. Al voltearme, veo entrar a mi madre, quien parece muy conmocionada.

Ella me mira, cubre su boca con sus dos manos y se me acerca.

—¡Santo cielo! —increpa—. ¡Leonard!

Se sienta a mi lado, observando con fijeza cada imperfección en mi rostro, desde la más evidente y grande quemadura hasta la más irrelevante y minúscula cicatriz.

—Sí, lo sé. Fue algo fuerte.

—No quise creerle a los médicos —habla recuperando su sereno y usual tono de voz—, pero esto es mucho peor de lo que imaginé.

—Sí, pensé que dirías algo como…

—Si hubiese sabido esto antes —exhala sin dejarme continuar—, hubiese llegado con más rapidez.

Empiezo a sentir lástima, tanto de ella como de mí mismo.

—Descuida. —Trato de restarle importancia, pero en mi corazón siento una enorme tristeza—. Los doctores me han cuidado muy bien, y mi mejor amigo, Sheldon, se ha quedado conmigo todas las noches.

Ella se sorprende, una reacción poco usual de su parte.

—¿Lo dices en serio? ¿Todas las noches?

Yo asiento. Me siento feliz, tanto por haber sido honesto con ella como por haberla hecho sentir mal.

Después de todo, es ella quien debería de preocuparse por mí y estar a mi lado, atenta; no Sheldon. Aunque supongo que puedo darle puntos extras por haber venido después de todo.

Al rato de una interacción forzada, me doy cuenta de que sus palabras ocultaban otra verdad; pues mi madre no se quedó conmigo, y se fue a un buen hotel para pasar la noche, justo antes de que Sheldon llegase.

Preferí no comentarle nada con respecto a mi madre a Sheldon.

Esa noche vimos una película de Batman, comimos unas cuantas papas fritas de una máquina expendedora del hospital y leímos el último capítulo de un libro de física.

Por accidente, la mano de Sheldon rozó con la mía cuando ambos íbamos a tomar la última papa frita que quedaba en la bolsa. Sé que el momento debió de haberse sentido raro, o al menos incómodo, mas no fue así: me sentí extrañamente sereno, en paz, e incuso alegre.

A la papa decidimos dividirla a la mitad.

Descubrí que era inevitable para mí el darme cuenta de que disfruto más la compañía de Sheldon que la de mi propia madre.

—Oye, Sheldon —digo en medio de la noche. Dudo que Sheldon esté dormido por el sonido de su respiración, mas su tono de voz suena cansado.

—¿Qué ocurre? —pregunta antes de bostezar.

—¿Sabías que, de todos mis huesos, ya ninguno está roto? Me lo dijo el doctor James esta mañana.

—¿De verdad? ¡Oh, Leonard! ¡Eso es magnifico! —me responde con entusiasmo.

Yo, con la tenue luz lunar que entra por las rendijas de la persiana, puedo notar una muy amplia sonrisa en el rostro de Sheldon.

Sé que es verdadera porque, a diferencia de mamá, Sheldon no finge las sonrisas.

—Sí. Si sigo de esta forma, me recuperaré en un dos por tres.

—Fascinante.

Los dos quedamos en silencio. Escucho a Sheldon suspirar y le imito.

—Descansa, Sheldon —comunico antes de cambiar de posición e intentar recostarme de lado.

—Buenas noches, Leonard. —Sheldon queda callado un par de minutos, pero algo me dice que él aún no trata siquiera de dormir. Cuando pasan los minutos, Sheldon resquebraja el silencio, diciendo—: Leonard.

—¿Sí? —averiguo, pues siento curiosidad aunque el sueño me esté ganando.

—Te quiero.

Empiezo a dudar si no me quedé dormido y la afirmación que acabo de escuchar de parte de Sheldon no es más que un producto de mi mente, de mi subconsciente y de mi imaginación.

—Yo también te quiero, Sheldon.

Ninguno de los dos dice algo más en lo que resta de la noche. Duermo haciéndome preguntas al estilo de «¿Por qué me dijo eso ahora?», o «¿Sheldon lo estará diciendo en serio?» y tales como «¿Es normal que mi corazón lata tan rápido luego de haber escuchado eso?»

Universo alternativo ꨄ︎ Shelnard ꨄ︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora