Capítulo 16: Frustración

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Leonard

Que mis ojos estén cerrados no significa que esté dormido.

Que mis piernas no se muevan no significa que estoy agotado.

Que no coma no significa que no estoy hambriento.

Y que no hable no significa que no tenga nada que decir.

Me giro hacia la izquierda, luego me recuesto boca arriba, después me giro hacia la derecha, y al rato intento dormir boca abajo; pero ninguna posición me permite quedarme dormido.

El no haber podido dormir en toda la noche sí que me está afectando.

Ya lloré todas mis lágrimas, así que desahogarme para intentar dormitar sería un esfuerzo inútil.

El enfermero Zack me ofreció un par de sándwiches del desayuno hace unas horas. No mordí ni un solo bocado.

La enfermera Rosemary me preguntó por mis ejercicios hace unos cuantos minutos. Le dije que leería un libro o algo así; ya ni siquiera lo recuerdo.

Esta vez, no le escribí ni un solo mensaje a Sheldon, ni mucho menos lo llamé.

Una parte de mí se culpa a sí misma por confesar mis sentimientos, pero otra parte hierve de rabia porque Sheldon no haya sido un poco más comprensivo conmigo.

Oh, Sheldon, ¿por qué, de todas las personas que hay en el universo, tenía que enamorarme de ti?

¿Por qué la acción de ser honesto tenía que desencadenar la reacción de que te fueses y me dejaras solo?

No solo perdí la oportunidad de una posible relación romántica, sino que también perdí a mi mejor amigo.

Justo cuando las cosas parecían cambiar para mejor, todo se derrumba.

Escucho a la perilla moverse. Ni me molesto en incorporarme y observar quién entra a mi habitación.

—Señor Hofstadter —me nombra el doctor Brown.

Pienso que, si no respondo, él pensará que estoy dormido.

—Sé que se encuentra despierto —expresa él. Me gustaría adivinar cómo lo supo.

Me levanto a medias y evito establecer contacto visual con el doctor.

—¿Qué es lo que quiere? —solicito. Lo que menos deseo ahora es una conversación que me obligue a caer en la autocompasión.

—No es nada. —Él se sienta junto a mí. Supongo que en cualquier momento inhalaré el condenado aroma repugnante de alguno de sus cigarrillos, mas ningún olor inusual penetra mis fosas nasales—. Por cierto, ¿se enteró de la nueva ley nacional? Tal parece que ya no podré fumar dentro del hospital.

Suspiro una profunda bocanada de aire como demostración de alivio, pero prefiero no comentar nada al respecto.

—¿Puedo saber por qué no quiere realizar su terapia rutinaria? El doctor James y yo hemos visto que usted suele ejecutarlas todos los días a esta misma hora, sin excepciones.

—No es nada, doctor Brown. Tan solo estoy cansado. —Vuelvo a recostarme, esta vez, dándole la espalda.

—¿Es por esa discusión que tuvieron su amigo y usted anoche? Porque vaya que todo el hospital llegó a escucharla.

Yo me percato de que mis mejillas enrojecen por el bochorno, así que cubro mi rostro con una mullida almohada.

—No tiene que avergonzarle. No se escuchó con claridad acerca de qué discutían, pero, por sus tonos de voz, pareció haber sido algo que los enfureció a ambos.

Yo quedo callado. ¿Adónde quiere llegar con todo esto?

—El punto es que…, si le es necesaria, podríamos hacerles unas cuantas terapias de ayuda psicológica. Ya sabe, para usted y su amigo. Es su elección, solo si cree que en verdad las necesita.

—No, gracias.

—Antes de dar su respuesta definitiva —sigue hablando. Qué molesto—, quería que supiese que todo el personal se interesa mucho por su salud, tanto física como emocional y psicológica. Por supuesto que su amigo, el doctor Cooper, podría formar parte de la terapia al mismo tiempo que usted, o por separado, como ustedes gusten.

Esto no tiene sentido. No está siento amable solo porque sí. Algo más debe de traerse entre manos.

—Y, claro, siendo su madre una psicóloga tan reconocida, no sería de extrañar que ya usted se encuentre acostumbrado a esta clase de procesos.

Oh, por supuesto. Debí suponerlo.

—¡Lo último que quiero ahora es un psicólogo! —voceo—. Por favor, déjeme en paz, usted y todos los demás. Solo quiero estar solo.

El doctor Roger Brown se levanta, abre la puerta y se va; dejando la puerta entreabierta. Creo que no hay nada más exasperante en el mundo que eso.

¡Lo sabía! En toda mi vida, no he conocido ni a un solo médico gentil, y sabía que esta no sería la excepción.

¿Esto era todo lo que querían? ¿Ser reconocidos como el hospital que curó, psicológicamente, al hijo de una famosa psicóloga que ella misma no pudo curar?

Vaya titular más penoso… para mí; estoy seguro de que, por su parte, ellos aprovecharían eso como nadie.

Demonios. Ahora me duele la cabeza.

Miro hacia un costado mío. Me coloco mis gafas y, con dificultad, leo el prospecto del medicamento. Al ver que es funcional para el dolor de cabeza, tomo dos píldoras de una sola vez, sin agua.

Ahora me arrepiento de haber tomado esa decisión. Lo único más exasperante que alguien más deje la puerta abierta es tragar píldoras tan grandes sin algo de agua.

Cuando al fin puedo tragar con comodidad, pienso en Sheldon.

Miro mi teléfono celular al lado mío. Frunzo el ceño y, en vez de tomar el móvil, tomo el control remoto para buscar algo interesante que ver en la T.V.

Hasta el simple control del televisor me recuerda a Sheldon.

Paso los canales, pero no encuentro nada. Mis párpados vuelven a pesar, pero no quiero intentar dormir porque sé que, cuando trate, no podré hacerlo y eso solo logrará frustrarme incluso más.

Por curiosidad, intento levantar una pierna, mas me siento demasiado cansado como para lograrlo. No solo no tengo los ánimos para moverme, sino que tampoco siento la fuerza suficiente como para obtener resultados.

Suelto un suspiro, sostengo una almohada y ahogo un grito en ella. Apago la porquería que tengo en frente, suelto el control —dejándolo caer en el suelo— y siento comezón en los ojos.

Perfecto, ya regresaron mis malditas lágrimas.

No me queda de otra que llorar e intentar dormir de una buena vez.

Espero que, cuando lo logre, no despierte más.

Universo alternativo ꨄ︎ Shelnard ꨄ︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora