🌸Crepúsculo🌸

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El crepúsculo vespertino cubría con un tinte rojizo los cielos

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El crepúsculo vespertino cubría con un tinte rojizo los cielos. Finas gotas caían desde las nubes como señal de luto, y el tumulto de gente que había irrumpido en el palacio se desplazaba en silencio sepulcral por los pasillos majestuosos de aquel lugar.

Los pasillos resonaban con los lamentos insoportables de un hombre que había perdido al amor de su vida. Aquella vida arrebatada por sus propias manos, que aún se manchaban de rojo y parecían sumergirse, aludiendo al recién partido.

Sus ojos nublados y sus manos temblorosas no podían separarse del frío cuerpo blanco. Su Alteza real yacía inerte en los brazos del único ser con quien anheló compartir su solitario corazón en la más cercana intimidad...

—General Liú, general... Debe soltar el cuerpo de su Alteza. El rey solicita su presencia, y los médicos necesitan atender el cuerpo —dijo una voz.

Escuchaba las palabras como un eco lejano, escuchaba el bullicio de los soldados que sacaban a los aldeanos y una mano firme que sacudía su hombro. Aunque quería responder, aunque quería actuar ante aquellos actos, su cuerpo permanecía congelado. Cuanto más le pedían que soltara, más apretaba sus brazos ante el terror de sentir cómo la piel se enfriaba con el paso de los segundos.

Por más absurdo que pareciera, tenía la sensación de que el cuerpo inerte entre sus brazos se sentía solo. Lo abrazó con fuerza, esperando consolar su alma. Pero ya no había respuesta, no había nada más que un silencio aterrador y un cuerpo gélido que perdía color segundo a segundo. —General...

El hombre detrás de él guardó un silencio absoluto al ver cómo el general Liú Xin se levantaba tambaleante con el cuerpo inerte de su Alteza entre sus brazos. Se abrió paso entre la multitud que aún llenaba los aposentos del príncipe. Nadie hizo un solo ruido ante la mirada devastada de aquel hombre. Cualquiera que amenazara cuestionar los actos de tan noble general era silenciado por las imponentes figuras del ejército real. Los leales soldados, en respeto y en duelo, inclinaban la cabeza en despedida, mostrando su respeto hacia quien yacía muerto y aquel a quien admiraron grandemente.

El general Liú caminó lentamente, paso a paso, dejando un fino rastro de sangre carmesí esparcida por el palacio. "Este es su palacio, Alteza. No importa quién pase, quien pise estos caminos, su sangre siempre manchará la conciencia de la nación que lo traicionó", dijo en voz baja, cargada de resentimiento.

Las puertas del patio que daban a la corte real se abrieron. El general Liú agarró con suma delicadeza el cuerpo de su Alteza y avanzó con paso firme, desafiando las miradas avergonzadas de muchos. Cuando finalmente estuvo frente a las puertas del salón real, sin siquiera dar tiempo a un anunciamiento, las abrió de una estruendosa patada, rompiendo aquel obstáculo que le impedía ver la cara de aquel que se hacía llamar su emperador.

Caminó lentamente entre miradas molestas y petulantes de todos los presentes. Y justo frente a él, a tres escalones de distancia, yacía la impotente figura del ser que lo había llevado a cometer el peor de los actos, el ser al que había admirado durante tantos años. En silencio, sin emitir un solo ruido, depositó con suavidad el cuerpo del príncipe heredero a los pies de aquel falso emperador. Lo miró con puro rencor y en silencio se marchó, dejando caer su espada y despojándose lentamente de su armadura, como una clara señal de repudio hacia el imperio que lo había fallado.

Bai Lian HuaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora