🌸Sin Trato especial. 2/4🌸

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Imperio Hēiyù.


La mañana transcurrió demasiado rápido para mi gusto. Hacía dos horas que Huó-Er me había llevado a una biblioteca, donde tres maestros se encargarían de instruirme completamente en la historia que transcurrió en esos mil años en los que me encontré en un profundo sueño. Pasé dos infernales horas escuchando sobre aburridas guerras y problemas políticos que, en vez de involucrar reinos humanos, trataban sobre imposiciones divinas. Aunque no era muy diferente de lo que pasé aprendiendo durante mis dieciséis años como príncipe heredero en WūYā.

Suspiré resignado mirando por la ventana. Huó-Er entrenaba arduamente justo enfrente de mí. Su voz resonaba en mis oídos como música, y no podía evitar sonreír soñadoramente mientras lo imaginaba abrazándome con esos fuertes brazos. Claro que él lo sabía. Enrollar su túnica a media cintura y descubrir su torso bajo los ardientes rayos de sol era una forma muy descarada de llamar mi atención. Con ello, logró que los ancianos frente a mí me reprendieran más de treinta veces en las dos horas que llevaba aquí adentro. Reí negando y miré fijamente el libro en la mesa. Los tres ancianos hablaban a la par y discutían entre sí sobre temas que realmente no me interesaba escuchar. Me estremecí cuando sentí el aire colarse dentro del salón, la ventana había sido abierta, y Huó-Er me miraba sonrientemente. —Su Alteza ya está cansado de estudiar tan diligentemente, ¿por qué no viene conmigo? Ya es hora de su práctica en combate.

Sonreí asintiendo ansiosamente, pero justo cuando hice el amague por levantarme, uno de los ancianos posó sus manos en mis hombros y me impidió salir de mi asiento. Lo miré con el ceño fruncido, y Huó-Er hizo lo mismo. —Su Majestad, siento rebatir sus palabras, pero fue usted mismo quien nos ordenó que los estudios de su Alteza no fueran interrumpidos por nadie durante cuatro horas diarias y...

Otro de los ancianos se acercó, inclinándose respetuosamente, y puso un libro en mi mesa. —Majestad, usted ha estado distrayendo a su Alteza deliberadamente el día de hoy. No hemos avanzado nada, y aún queda mucho por inculcar. Son mil años de historia imprescindible que su Alteza tiene que aprender si planea gobernar.

El primer anciano que impidió mi salida se inclinó formalmente y miró a Huo-Er con seriedad. —Por favor, majestad, nosotros mismos llevaremos a su Alteza al patio de entrenamientos una vez hayamos terminado con sus estudios del día de hoy.

El tercer anciano se acercó, saludando con una respetuosa inclinación. —Rey Liu, le ruego deje a su Alteza sin distracciones. Cuanto antes terminemos, menos martirio será para él. Si no es muy osado de mi parte pedir que lleve a los hombres a entrar al patio de práctica, le aseguro que en este estudio no hay nada que pueda lastimar a su Alteza.

Huó-Er resopló y negó resignado. Me miró, dedicándome una leve sonrisa, e imité el acto dándole a entender que estaba bien. —Ve, una vez termine iré directo a ti.

Huó-Er acarició mi mejilla y dio una última mirada a los ancianos, que miraban los sucesos con algo de contrariedad. —Solo dos horas más, ni más, ni menos, ¿entendieron?

El anciano mayor resopló indignado, pero asintió cortésmente inclinándose. Huó-Er dio media vuelta y con una voz impotente ordenó a todos sus hombres ir al patio de entrenamiento. Uno de los ancianos se acercó a la ventana y la cerró asegurándola por dentro, resopló, me dio una última mirada y los tres caminaron nuevamente hasta el pizarrón. Las dos horas próximas fueron un martirio. Huó-Er los había ofendido, y que yo no fuera de su agrado era muy notorio. Podía comprenderlos; soy un intruso en este reino. Huó ha reinado durante mil años y jamás tomó a ninguna mujer por esposa o siquiera tuvo interés en algún ser. Ahora, de la nada, estoy yo, y él no tiene el mínimo decoro por mostrar su afecto. Incluso en aquella conferencia con los reyes y el canciller, Huó simplemente hace y deja de hacer como le place, y todos creen que yo soy parte de un capricho del rey, un capricho con tinte de enemigo que prontamente se convertirá en un emperador. Ocuparé el lugar del enemigo más odiado en el imperio infernal, pero aunque todos me odien, no bajaré mi cabeza; tomaré todo el poder que pueda y lo usaré para defender a los que amo.

Bai Lian HuaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora