I: Niña perdida

91 14 10
                                    

Los recuerdos cuidan de nuestros peores y mejores momentos guardan pedacitos muy importantes de nuestra historia e identidad. Imagina que un día los pierdes todos, los que te hacían feliz y los que te hacían enojar, ¿qué harías?

Quizás vagar por las calles desoladas de un vecindario abandonado, ¿no? Pues eso fue lo que yo me vi obligada a hacer.

Algunos coches estaban volcados, otros no parecían ni coches de las pocas partes que les quedaban. La mayoría de las casas estaban semiderrumbadas y las que no, sumergidas bajo densa maleza silvestre. Todo un pueblo fantasma y el atardecer que empezó a caer no lo embelleció, al contrario, anunció que pronto llegaría la noche y, de toda una vida, eso significaba el aumento del peligro.

Caminé despacio, atenta a cualquier mínimo sonido o movimiento capaz de sobresaltarme. No era para menos, cuando no se recuerda ni el nombre hay que asustarse. Si al menos me hubiera despertado en una cama de hospital o, yo que sé, en un lugar "típico", estaría más tranquila, pero no, ¡desperté en medio de la calle! Además, me sentía fuera de lugar. El barrio había pasado por alguna catástrofe que lo dejó en ruinas, en cambio yo, no tenía un rasguño, ni me dolía alguna parte del cuerpo, hasta la ropa parecía en perfectas condiciones... aunque me quedaba tres veces más grande de lo que debería.

Cuando por fin comencé a asimilar la idea de tener que vagar durante toda la noche, la encontré: Una casa medianamente decente, entera y cercada por todas partes. Si no había nadie dentro, igual me serviría de refugio hasta el amanecer.

Para no perder la costumbre llamé a la puerta, conté hasta tres y si nadie me recibía irrumpiría en la casa.

<<Uno, dos... >>

Me abrieron la puerta y sentí una pequeña esperanza que se esfumó al momento. ¿Era necesario que nada más encontrara a la única persona viva en los alrededores esta me apuntase con una escopeta?

— Vete de aquí, máquina.

<<¿Me dijo máquina?>>

— ¿Máquina?

— Los únicos que rondan por este lugar son los malditos androides, así que largo.

— ¡Pero señor!

— No me gusta disparar a niños a pesar de todo —Cargó el arma—, así que te daré una última oportunidad para irte.

— Es que...

— Y dile a los Superiores que envíen cuantos androides quieran a buscarme, el día que me encuentren no será vivo.

— ¡Espere!

— ¿Vas a insistir?

— ¡Soy humana!, tiene que creerme...

— Entonces eres uno de esos juguetitos de los mercenarios.

— ¿Qué?

— ¿Crees que no lo sé? Secuestran niños o los compran desde muy pequeños, los entrenan como ladronsuelos y asaltan los bancos. Si esta es una estrategia para distraerme mientras tus compañeros entran por detrás no te imaginas el error que acaban de cometer.

— Ni siquiera sé...

Cerró la puerta de golpe y me volví a encontrar sola. Podía quedarme tumbada frente a la puerta y esperar a que el señor se apiadara de mí, pero al momento comprendí que era una pésima idea; tuve que seguir caminando. Para bien o para mal, la desolación me acompañó cada segundo.

Terminé llegando a una ciudad en peores condiciones, de edificios casi derrumbados y carreteras incompletas. Me negué a creer que allí no encontraría personas que me ayudaran y no me apuntaran con armas, me llamaran "máquina" o me miraran raro. Encontraría mejores personas.

AntiSISTEMAs ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora