Capitulo 33

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Hoy desperté y sentía que el clima congelaba mis pies, incluso usando  calcetines.
Vi por la ventana, y la inmaculada nieve caía  y revestía a La Capital de blanco.
Aún seguía sonámbula  pero el sonido de mi celular me despertó por completo. Ian era un hombre muy decidido, y responsable. Pero una de las virtudes que mas sobresalían era la puntualidad.
—¡Que habilidad la tuya para dormir! — Dijo por teléfono.
—Ian, son las 7 de la mañana. Y está nevando.—  Dije vagamente aún acostada en mi cómoda cama.
—Por esa misma razón abre la puerta, me estoy congelando.— Lanzó.

Me dirigí hasta la puerta, y lo primero que vi fue su deslumbrante sonrisa.  Llevaba dos bolsas de nuestra tienda favorita de desayunos.
—¿Ni siquiera en feriados puedes dormir un poco más? — Refunfuñé y me hundí en su pecho, sus brazos me rodeaban por completo.
—Cuando muera podré dormir, ahora quiero pasar todo el tiempo que pueda con mi chica. — Dijo, revoloteo mi cabello y entró sin más a mi departamento.
Lo que más amaba de mi relación con Ian era lo bien que nos llevábamos. He visto a muchas parejas que con el tiempo se olvidan de ser amigos. Pero con él todo era diferente.
Me aceptaba tal y como era, con mi carácter fuerte, con mi tendencia constante de defender lo que pienso, y con todos mis defectos físicos, que según él son perfectos.
De pronto preparó la mesa en un santiamén.
Saco de la bolsa dos sándwiches de queso y jamón, croissants, tostadas francesas,  chocolate caliente, y una tarta de pistacho que sabía que era mi favorita.
Había tanta comida como para darle de comer a una tripulación.
Pero cabe recalcar que si había algo que le guste más que la puntualidad, era comer.

—Sabes que puedo hacerte el desayuno si tu deseas.— Dije, mientras colocaba unas servilletas navideñas que compré en el supermercado.
Algo que me hizo dar cuenta de que me estoy convirtiendo en mi mamá y su obsesión con adornar todo con guirnaldas y luces en estas épocas.
— Pues Befast ha abierto temprano solo por mí, y sé que esta tarta es tu favorita. Además mis padres no pudieron volver  de Inglaterra  por la tormenta, así que oficialmente eres mi invitada de honor, por lo tanto no debes mover ni un dedo. — Respondió, apenas yo estaba empezando a desenvolver mi sándwich y el ya iba por la mitad.
— ¿Por qué eres tan jodidamente increíble conmigo?
—Una mujer increíble hace que cualquier hombre se vuelva increíble.— Su mirada  un poco confundida se fijó en un punto. — ¿Qué es eso? — Preguntó con los ojos muy abiertos,  dejó de masticar y se quedó estático. Apuntó con el dedo.
— No es nada — Dije, y corrí para esconder la caja que había visto. —No es nada, solo es... No es nada.— Respondí.
—Me estás mintiendo. Yo sé lo que vi. —Dijo, trató de quitármela y me escabullí, huyendo de sus manos.
El me persiguió tratando de cortarme camino y cuando pensé que podía encerrarme en el baño el me  arrebató la caja de mis manos.
— Anna, ¿Qué es esto? — Preguntó con una sonrisa. La envoltura de la caja era totalmente navideña y encima de él sobresalía un gigante moño rojo.
—¡No la puedes ver! Devuélvela. — insistí. Él alzó su brazo y yo me puse de puntilla para tratar de alcanzarlo, era inútil, él era muy alto así que me rendí. Inmediatamente sentí un nudo en la garganta, me sentía avergonzada y al mismo tiempo deprimida.  —Es difícil.  —Respondí triste.
—¿Qué cosa? — Preguntó. Su expresión de felicidad absoluta cambió por completo. Quizás mi tono de voz afligida le afectó también.
—Es difícil darle un regalo a alguien que lo tiene todo. Es difícil Ian. Tú me has dado tantas cosas y yo no puedo hacer lo mismo por ti. Ese regalo lo hice para ti, pero al final decidí no dártelo porque no es suficiente. No lo es. — Resople. Sentí que me quité un peso de encima. El me miró impaciente como si aquello le hubiera afectado más  a él que a mi.
—Es cierto, tienes razón. Lo tengo todo— Susurró. Se acercó con pasos lentos a mi y sus  ojos me miraban profundamente. —Y todo lo que tengo, lo tengo justo delante de mí. — Agregó. Bajé la mirada y sus labios me encontraron dándome  un tierno beso.
Abrió la caja  y su sonrisa se dibujó de inmediato. Sacó los guantes que le tejí por casi dos meses. Mi abuela me enseñó a tejer hace algunos años y aunque mi destreza no era como la de ella hice lo mejor que pude.
—Me he percatado que la mayoría de veces los guantes te quedan pequeños porque tus dedos son muy largos.  Así que decidí tejer unos para ti. Solo tejí triplicando el tamaño de mis manos, espero te queden. — Respondí avergonzada.
Los guantes negros tenían grabado la frase «Te amo» a un costado  y  parecía que un niño de tres años lo había escrito.
El sonrió de oreja a oreja.
—Este es el mejor regalo que he recibido en mi vida. — Musitó, su mirada se quedó fija en los guantes. —Nadie se había tomado el tiempo de hacerme algo así. — Agregó, y seguía analizándolos como si fuera una joya con diamantes, como si fuera un tesoro que recién había encontrado. — ¿Acaso no te he demostrado lo suficiente ? ¿A caso no me crees ? —Preguntó en un susurro. — Te amo Anna. Para mi es un regalo tu compañía. Si lo tengo todo es porque te tengo a ti, y cualquier cosa que te hayas tomado el tiempo de hacer, cualquier cosa, por más pequeña o sencilla que sea, será más que suficiente.  — Dijo. Se puso los guantes y le quedaron perfectos.

Amarte duele...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora