Ebullición.
Podría decirse que Ferrara y yo teníamos algo en común.
El conducía como un maldito demente, al igual que yo.
Me gusta.
—¿Por qué no me estás diciendo que conduzca más lento? ¿Estás bien? —se mofo con una sonrisita ladina.
—Aunque no lo creas, yo también conduzco igual que tú. Como una maldita demente, ¿o acaso está mal que me guste la velocidad?—enarqué una ceja indignada mientras acomodaba mi vestido.
—Vaya, no espere que me dijeras eso—respondió con sorpresa rascándose la nunca.
Algunos minutos de viaje después Ferrara aparco en el estacionamiento de la central y nos adentramos rápidamente al complejo. Al entrar visualicé a una decena de soldados bien formados junto con agentes. Todos están vestidos formalmente como si no se hubieran ido a sus casas. Excepto Ferrara y yo.
No nos alcanzamos a cambiar de ropa. Por lo que me vine tal y como estaba en la cena al igual que él. Las miradas de los soldados y agentes recaen en nuestros atuendos, mientras esbozaban sonrisas y miradas cómplices.
Idiotas.
—¿Dónde esta Thatcher? —pregunté extrañada al no verlo junto a los agentes aquí a fuera.
—Tasha, ¿me llamabas? —dijo acercándose con su laptop en mano vistiendo formal, al igual que los demás.
—Wow, estas hermosa. Como siempre—halagó repasándome con la mirada.
Eso dicen.
—Gracias Thatch—respondí amable con una sonrisa de boca cerrada.
—¿Qué tenemos? —interrumpió la tajante voz de Ferrara.
—Al parecer unos terroristas atacaron la casa del director traspasando los anillos de seguridad. Fueron como ninjas, ni un rastro de los guardias, ni cadáveres, ni sangre. Según el análisis de uno de los agentes hay bombas plantadas en toda la casa, por lo tanto que al ingresar al terreno una bomba nos explotaría en la cara. Suponemos que los terroristas ya estaban en la casa antes de que el director llegara, mantenían a su esposa e hija como rehenes y cuando él hizo el llamado de emergencia lo atraparon. No tenemos idea de cómo podemos entrar a la casa, ni de cuantos son en total, los que alcanzaron a ver son cinco, no sabemos si hay más o si solo son esos—informó Dallas fijando la vista en su laptop.
—Bien, iremos a registrar el perímetro. Quiero a los anti bombas custodiando, envía un equipo más de soldados y de agentes—ordenó el italiano dirigiéndose a los agentes que se encontraban formados en el predio esperando órdenes.
—¿No necesitará un negociador? —inquirió una agente dudosa mientras alisaba su falda con las manos luciendo nerviosa. Parecía ser nueva, nunca antes la había visto.
—Yo no voy a negociar nada con nadie, me importa una mierda si hay 20 terroristas dentro, les pateare el trasero a todos y sacare de allí a O'Conelly y a su familia, ¿de acuerdo? No necesito sus estúpidos consejos. Quiero que evacuen el barrio, no sabemos a qué clase de explosivos nos enfrentamos—dijo Massimo autoritario.
La pobre chica estaba temblando, el italiano puede dar miedo cuando quiere.
—Ya escucharon a Ferrara, todos vayan a hacer su trabajo. También, amplíen el perímetro, elaboren estrategias de rescate y no hagan nada mediocre, ¿entendido?
—Entendido jefa—respondieron todos al unísono para dividirse en grupos y adentrarse a la central, dejándonos a Thatcher, Ferrara y yo afuera.
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Al límite
AksiTasha Black sepulta el pasado convirtiéndose en una de las mejores agentes de la GIA, siendo reconocida mundialmente por sus múltiples logros y hazañas, encabezando así la sede central de la agencia. Hasta la llegada de Massimo Ferrara, su nuevo co...