Inefable.
Tasha.
Intento sacar mi tarjeta de crédito para acercársela a la dependienta encargada de la caja, a lo que Massimo me detiene al instante.
—Va por mi cuenta—suelta sacando su amex negra para ubicarla sobre el mostrador, ganándose varias miradas de las dependientas que se encontraban alrededor.
—Pero...—intento discutirle, a lo que arquea una ceja en advertencia.
—Hoy pago yo, cielo. Déjame darte lo que mereces—agrega bajando una octava en su tono y no puedo evitar derretirme por dentro ante el acto.
Jodido italiano.
Fijo la mirada en la dependienta y no puedo dejar pasar desapercibido el ligero enrojecimiento de sus mejillas, al parecer, no era yo la única afectada por las palabras de Massimo.
—No sabes lo que provocas cuando dices ese tipo de cosas, Massimo—le susurro en el oído, a lo que me rodea la cintura con el brazo para apegarme a él y acercar su boca a mi oído.
—Créeme cielo, lo sé—replica, para luego depositar un beso fugaz en el lateral de mi coronilla que me hace esbozar una sonrisa genuina.
Oigo suspiros llenos de ilusión tras nosotros y puedo adivinar que se tratan de las dependientas que se encontraban analizándonos desde hace varios minutos.
Luego de acabar de pagar pasamos al sector de paquetería donde nos estregan las bolsas, a lo que la mujer rubia de mediana edad me acerca la última bolsa y me susurra con discreción: —No pude evitar escuchar la conversación entre usted y su esposo, y déjeme decirle que es muy afortunada—me guiña un ojo al final de la oración, a lo que le sonrió amablemente y le respondo en el mismo tono.
—Lo soy, y estoy muy consciente de ello—finalizo guiñándole un ojo igualmente, girándome hacia Massimo quien se encontraba cargando las bolsas restantes en una mano; me acerco y el me ofrece su mano libre para terminar entrelazandola con la mía y salir de la tienda de vestidos con aproximadamente siete bolsas repletas de ropa de diseñador.
La idea era comprar un solo vestido, pero el italiano insistió en que me llevara todo vestido que me gustara y el aprobase, y desde luego, aprobó desde el primer vestido que me enfunde hasta el último. El italiano fue tan paciente y atento que en momentos me entraron ganas de plantarle un besazo de agradecimiento en medio de todo el centro comercial, pero lo que menos necesitábamos hacer ahora era llamar la atención
—¿Ahora iremos por algo para ti, cierto? —inquiero levantando la cabeza, para hacer contacto visual con el, mientras caminamos por la galería tomados de la mano y cargando bolsas de compra como una vieja pareja de casados.
—No creo que haga falta...
—Sí que lo hace, iremos. ¿Enserio crees que serás el único en disfrutar las vistas de probador? No me perdería eso por nada, así que dale el gusto a tu mujer—suelto mirándole fijamente, y ya es muy tarde cuando caigo en cuenta de la palabra que acabo de utilizar, a lo que el esboza una pequeña sonrisa ladina que puede denominarse como mi perdición y no me arrepiento nada de lo que acabo de decir.
Su mujer.
Suya.
Nunca me habían gustado esos términos, pero con él se me hace tan sencillo decirlo, e igualmente me encanta escucharlo de su boca.
—Joder sí. Mía, siempre mía—declara apretando ligeramente el agarre de nuestras manos para volver a depositar múltiples besos en mi coronilla haciendo que lance una pequeña risita alegre al sentir cosquillas ante el contacto.

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Al límite
ActionTasha Black sepulta el pasado convirtiéndose en una de las mejores agentes de la GIA, siendo reconocida mundialmente por sus múltiples logros y hazañas, encabezando así la sede central de la agencia. Hasta la llegada de Massimo Ferrara, su nuevo co...