EPÍLOGO

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- ¿Estás listo? –Inquirió Alec apoyado en el umbral de la puerta. Yo me giré para verlo y asentí mientras me dirigía hacia la camilla de la enfermería. Alec me miró atentamente–. ¿No crees que te estas sobre esforzando mucho? Ya sabes que puedes utilizar la silla de ruedas. Para eso tu abuela te la compró.

-Me agobia estar sentado tanto tiempo –aseguré dejando las muletas sobre la camilla mientras me sentaba en ella.

Revisé nuevamente la maleta para asegurarme de no dejar nada. Allí estaban mis preciadas botas. Hubiese querido tenerlas puestas, había llegado a Idris con ellas y deseaba irme igual, pero con el yeso en la pierna me era imposible, y llevar una sola bota hubiese sido ridículo, por lo cual tenía una de las zapatillas deportivas que me habían dado en Idris. En la maleta también había algunos libros, ropa y maquillaje. Todo lo que había llevado a la academia se iba conmigo.

Suspiré mientras cerraba rápidamente la cremallera y me ponía en pie. Alec se acercó a mí y tomando la maleta, se la echó en el hombro antes de tenderme las muletas.

-Es hora de irnos, la limusina nos espera –señaló mi chico y yo sonreí abiertamente.

Había costado montones, pero al fin habíamos convencido a papá para volver a Idris. Mi abuela intercedió por mí, afirmando que fuera de Idris mi vida estaría en riesgo, incluso más de lo que estaría dentro. Y sí, aquello era verdad. En Idris estarían los guardias, cientos de estudiantes, los maestros y, por supuesto, los Lightwood, quienes jamás me dejarían solo.

El espía aun no aparecía, pero Jem, junto con algunos maestros y mi abuela, estaban trabajando arduamente para encontrarlo. Esperaba que lo hicieran. Esperaba que el responsable de lo sucedido a Tessa pagara. Su funeral se había celebrado en Italia, por supuesto yo no había podido asistir, aunque sí se había realizado una pequeña ceremonia en su honor. Todos habían llorado. Tessa Gray era una estudiante realmente ejemplar, todo el mundo la adoraba. Su perdida sería una herida en la academia que tardaría años en cerrarse.

- ¿Por qué demonios tardan tanto? –Gruñó alguien entrando en la enfermería.

-Ya vamos, Magnus estaba terminando de empacar, no empieces a fastidiar, ¿puedes esperarte?

-Como sea –Ragnor rodó los ojos y se acercó a nosotros.

El chico caminó a mi lado y me miró con evidente preocupación. Yo me limité a agachar mi cabeza para sonreír de forma disimulada. Ese es mi Ragnor, pensé, no importa que tan tosco finja ser, siempre se va a preocupar por mí, incluso si él también está mal.

Aunque no estaba tan mal. Ya no.

Aproveché que Ragnor estaba discutiendo muy seriamente lo ridículo que era no poder tener la privacidad de organizar tu propio cuarto o lavar tu propia ropa en aquel lugar, y lo miré atentamente.

Aquella noche, cuando lo habían encontrado, me había contado Alec, Ragnor se veía terrible, tenía un brazo roto, cortes en el rostro y cuerpo, y heridas en las muñecas por forcejear tanto para quitarse unas esposas. Ahora apenas tenía uno que otro cardenal en la mejilla y el cuello. Aun llevaba la férula en el brazo, pero sus cortes se habían curado casi por completo. Lastimosamente las marcas en sus muñecas durarían mucho más, puesto que la enfermera había asegurado que las esposas debían llevar algún químico que seguro le dejarían alguna cicatriz duradera.

Suspiré pesadamente mientras seguía mi camino con la cabeza gacha. Hasta el momento, Ragnor se había negado de hablarme sobre lo que había vivido en el último año, sabía que lo hacía para no lastimarme, porque no quería que me sintiera culpable de lo que había pasado, pero aquello era imposible. Ragnor había sido privado de su libertad por mi culpa. Lo habían herido por mi culpa. Lo habían casi matado por mi culpa.

You're my gravity (MALEC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora