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—¡N-no puedo! —Replicó Ecuador asustado mientras abrazaba una rama. Éste apenas era un niño en la punta del árbol más grande del lugar.

—¡Si mueres, prometo cuidar a turu con amor! —Avisó Perú, niño, subido en una gran tortuga de cuello largo.

—¡No toques a turu! —Se quejó Ecuador molesto.

—Estos guambras siempre pelean. —Se quejó Tahuantinsuyo, la madre de ambos. —Vamos hijo, solo salta. —Mencionó volando a su alrededor con sus alas de cóndor.

El pequeño niño se cubrió con las alas heredadas de su madre en lo que negaba con la cabeza. —N-no... —Susurró. —No soy lo suficientemente fuerte para esto mamá, puedes darme de ofrenda al Dios Viracocha, pero no puedo. —Confesó con sus ojos llenos de lágrimas, tenía miedo de caer, pues la altura era bastante.

La mujer sonrió. —¿Cómo que no puedes? ¡Eres mi hijo! ¡El segundo heredero al trono! ¡Controlas el clima a tu gusto y eres el único que tiene estas poderosas alas! —Señaló sus alas y las de su pequeño. —¡Nunca lo olvides, estas alas son suaves como las nueves, pero fuertes como montañas, filosas como la piedra más fina y livianas como el pétalo de una rosa! ¡Son únicas! ¡Y sólo tú y yo somos dignos de ellas! ¡Ahora salta y has orgullosa a tu madre! —

Ecuador rápidamente saltó de aquel árbol por aquellas palabras de inspiración de su madre, comenzó a caer con velocidad en dirección al suelo mientras estiraba aquellas gigantescas alas a los lados, y a punto de tocar suelo, tomó vuelo llegando más arriba que aquel árbol.

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—¡N-no puedo! —Mencionó la pequeña Ecma abrazando a Panamá.

—Tranquila, estarás bien. —Consoló dándole un beso en la frente. —Ecuador sabe volar muy bien, estoy completamente seguro que tú lo harás mejor. —Susurró acariciando su cabeza.

—Mira, es fácil, solo tienes que... Saltar. —Avisó Ecuador saltando al abismo.

—¡Ah! ¡Tayta no! —Mencionó la niña asustada al ver tal acción.

—Tres... Dos... —Comenzó a contar Panamá sin mucho interés. —Y... Uno. —A penas pronunció, uno, apreció el ecuatoriano volando hacía arriba dando unas cuantas vueltas.

—¿¡Cómo se supone que haga eso!? ¡N-no puedo! —Aclaró la niña con lágrimas en sus ojos.

Ecuador soltó una carcajada. —¿Cómo es eso que no puedes? ¡Tú eres mi hija! ¡Serás dueña de mis tierras y yo sé que gobernarás con orgullo y fortaleza! ¡No lo olvides, esas alas de cóndor solo las tenemos tú y yo, porque somos familia poderosa como el sol y aquellas alas son únicas! ¿Recuerdas lo que te dije? —

—¡Nuestras alas son suaves como las nueves, pero fuertes como montañas, filosas como la piedra más fina y livianas como el pétalo de una rosa! —Repitieron al mismo tiempo.

—¡Ahora salta y vuela, vuela, se libre! —Sonrió Ecuador emocionado.

Aquella niña se soltó del agarre de su otro padre comenzando a correr aquel abismo, sin pensarlo dos veces saltó comenzando a caer. Estiró sus alas y comenzó a volar hacia arriba llegando a lado de su padre. —No me lo puedo creer... ¡Lo logré, estoy volando tayta, estoy volando! —Festejó completamente alegre. —¡Mami, estoy volando! —Avisó mirando al panameño.

—¡Y me siento muy orgulloso de ti! —Aclaró Panamá sentándose en el pasto.

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