II | El primer día siempre es el peor

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El sonido de la alarma que anunciaba el despertar le resultó insoportable, trayéndole a la mente recuerdos nada agradables

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El sonido de la alarma que anunciaba el despertar le resultó insoportable, trayéndole a la mente recuerdos nada agradables.

Con un quejido se sumergió bajo las sábanas con la intención de dormir un poco más, pero un fuerte tirón le impidió seguir haciéndolo.

Zulema, sin reparo alguno, había agarrado todas las mantas para dejar a la novata al descubierto.

Esta le lanzó una mirada de desagrado, pero no se movió. En un parpadeó, el rostro de la mora estaba a tan sólo unos centímetros del suyo.

- Ayer te perdiste la cena - la saludó en un susurro - No querrás perderte el desayuno.

La rusa esbozó una falsa sonrisa antes de incorporarse de golpe, dejando sus piernas colgando, y a Zulema entre ellas. Se inclinó levemente hacia su cuerpo, y sus ojos brillaron con travesura.

- ¿Te preocupas por mi salud? ¡Qué tierno por tu parte! - se llevó la mano al pecho con dramatismo, haciendo énfasis en las "erres" de las palabras que pronunciaban - Pero no necesito una madre - bajó de un salto, obligando a la mora a apartarse - Puedo cuidarme solita.

Lejos de lo que pudiera parecer, Anastasia era muy perspicaz, y sus ojos no tardaron en captar como su compañera apretaba los puños con rabia. Se obligó a ocultar la sonrisa que amenazaba con salir, y empezó a vestirse.

Lo cierto es que no tenía nada en contra de la mora, de hecho, se podría decir que la atraía. Sin embargo, quería comprobar cuál era su límite. Hasta donde era capaz de aguantar.

Cuando se giró, la pelinegra ya había desaparecido. Sacudió la cabeza antes de soltar una pequeña carcajada y puso rumbo al comedor.

No sabía donde se localizaba, pero se dejó guiar por las demás presas, hasta que fue el bullicio el que terminó por llevarla allí. Se paró en la entrada, analizando todo con ojos rápidos.

Antes de que pudiera decidir donde sentarse, un grito la llamó. 

- ¡Tassia!

Entre las presas localizó a una sonriente Rizos, que movía las manos con ímpetu. Esbozó una pequeña sonrisa y caminó hasta su mesa. La morena parecía estar muy bien rodeada. Cada una de sus compañeras se fue presentando, pero una de ellas se ganó la amabilidad de la rusa: una señora llamada Sole. Su rostro afable y su cálida sonrisa enternecieron el corazón de la morena, que no tardó en ocupar un lugar a su lado.

Prometiste quedarte {Zulema Zahir}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora