XXVII | Costase lo que costase

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Anastasia puso el primer pie en Cruz del Norte tras recibir el alta por parte de la doctora

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Anastasia puso el primer pie en Cruz del Norte tras recibir el alta por parte de la doctora. "Un mes de descanso absoluto, buena alimentación y sin alteraciones", le había dicho.

- Señora, para eso no me mande a la cárcel – respondiera la rusa, con una pequeña sonrisa.

Pero, como no, ahí estaba de nuevo.

Tras las inspecciones rutinarias, fue guiada hasta la galería por una funcionaria que se presentó como Altagracia. Las celdas estaban vacías, pues era la hora del almuerzo, por lo que no pudo ver a ninguna de las que serían sus nuevas compañeras.

La mujer se paró frente a una celda, y le indicó que dejara sus pocas pertenencias en la única cama que había vacía. Obedeció, fijándose en las cosas de sus compañeras, pero nada de lo que vio le resultó familiar.

- ¿A dónde vamos? – le preguntó, una vez todo estuvo listo.

- A la enfermería – indicó la funcionaria, empezando a caminar – El doctor quiere verte antes de que te reúnas con tus compañeras – caminaron en silencio hasta que la curiosidad pudo con Altagracia - ¿Estás enferma?

- Síndrome de Addison – respondió la rusa. Llegados a ese punto, ya no le importaba que la gente lo supiera – Casi me muero – añadió, con sorna – Pero parece ser que los que estén allá arriba – señaló en dirección al cielo – Tenían otros planes para mí.

Altagracia asintió. El resto del camino se dedicó a observarla con creciente curiosidad. El inspector Castillo les había advertido que era una presa a la que se debía tener muy en cuenta. Sin embargo, viéndola así, tan escuálida y pálida, hundida en un uniforme que le sobraba por todos lados, le parecía la mosquita más muerta de la historia. No creía que aquella mujer pudiera ser un peligro. Aunque, ella misma sabía que una no debía fiarse de las apariencias.

Dado que se pasó más de dos horas en enfermería, hablando sobre los detalles de su nuevo tratamiento, no regresó a la galería hasta bien entrada la tarde.

A medida que se fue acercando, escuchó gritos. Gritos que le resultaron extrañamente familiares. Se detuvo en la entrada de la galería cuando vio, en el centro de la misma, a un grupo de chinas haciendo una serie de movimientos. Todas ellas eran coordinadas por una, que llevaba el pelo sujeto en una larga trenza.

Prometiste quedarte {Zulema Zahir}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora