Capítulo 19-Mentiras por doquier

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Traté de convencer a padre para que me dejaran a solas con él. Estaba encerrado en una sucia celda, ¿qué podría hacer? O más bien, ¿qué podría volver a hacerme? Antes los ojos de padre y de todos los soldados que lo habían capturado, ese era el hombre correcto, el que aquel día irrumpió en nuestro hogar con el sucio deseo de capturarme.

Padre aceptó designándose ante mis palabras. Era pura cabezonería, y eso me ayudó a conseguir mi propósito. Se ofreció a acompañarme, según él, para protegerme, y accedí ante su proposición.

Ahí estaba, aterrorizada, sin saber muy bien por dónde empezar. Aquel hombre estaba tirado en la celda, esperando a su juicio final. Empecé a caminar hacia los barrotes y me giré con la esperanza de que el soldado que lo custodiaba se fuera para dejarnos a solas.

-Mi nombre es Aurora. –rompí el hielo. Aquel hombre alzó la mirada y se limitó a mirarme de arriba abajo con una sonrisa en su rostro. Podía oler a alcohol desde la distancia y parecía no estar muy en sus cabales.

-Te recuerdo niña. –dijo al fin. Se intentó entonces incorporar a duras penas.

-¿Me puedes explicar por qué me acusan de algo que todos sabemos que no cometí? –preguntó mientras se acercaba más y a más hacia mi posición. No dudé en separarme un poco más de él.

-Es usted un maleante, y merece estar aquí. –respondí de mala manera. Sus ojos me miraron como si quisieran matarme.

-La recuerdo perfectamente, eras el cebo. –dijo mientras se frotaba los ojos.

-Ordenó usted secuestrarme. –comenté.

-Pero no fui yo quien lo hizo, ¿verdad? –su estúpida sonrisa otra vez. Me ponía de los nervios.

-Necesito hablar con usted. –dije de repente, creyendo que así cambiarían el rumbo de las cosas. Me equivocaba.

-No hasta que confiese de que se ha equivocado conmigo niña. –dijo totalmente serio.

-¿Dónde se encuentran los restos de los padres de Andrew? Es usted un hombre leal, ¿no? Cumpla su palabra y hágamelo saber. –no sé ni cómo me salieron las palabras. En ese mismo instante aquel hombre se echó a reír, sus carcajadas retumbaban en aquellas cuatro paredes de piedra que conformaban su celda y entonces empecé a mirar a mi alrededor, nerviosa.

-No dude ni por un segundo que delataré a su querido Andrew Bell. –terminó por decir. No me dio tiempo a reaccionar cuando aquel hombre empezó a gritar como un loco.

-¡Guardias! –gritó desesperado. Me asusté, necesitaba salir de allí. Debía pensar rápido, no podía dejar que todo el mundo supiera que había mentido, les había mentido a todos, incluso a mi familia.

Volvimos de nuevo a casa y evité a toda costa hablar del tema con padre que me miraba preocupado. El camino a casa de hizo un poco largo, pero soporté cosas peores durante mi cautiverio como para ablandarme ahora. Temía porque aquel pirata me delatara, que todo saliera a la luz y encima me repugnaran más aún si cabía la posibilidad.

Ya en el pueblo me conocían por lo que me pasó y lejos de apiadarse de mí, me miraban mal, como si de una hereje se tratara. Tenía que encontrar a Andrew lo antes posible, pero sabía que era imposible, él se había ido y sabía que no sería fácil. Ni de lejos dejaría que nadie lo encontrase, pero debía saber que el hombre que tenía la ubicación de sus padres estaba en una celda, pudriéndose por algo que no había cometido, aun así, no pensaba que no se lo mereciera, al fin y al cabo, era un sucio pirata, como todos los demás.

-¿Te importa que me pase por la taberna del señor Gideon antes de ir a casa? –pregunté a padre mientras nos dirigíamos hacia aquel lugar. Caía de camino a mi casa y realmente quería ver al señor Gideon, decirle que me encontraba bien, realmente le tenía gran estima.

-Claro Aurora, pero no tardes. –dijo justo antes de dejarme allí plantada, en medio de la calle. Me dirigí apresurada a la taberna, debía ir allí, quizás el señor Gideon podía conocer más secretos acerca de Andrew.

Cuando llegué y entré me encontré con un panorama desolador, no había mucha gente como antaño. ¿Qué habría pasado allí durante mi larga ausencia? En ese momento una voz familiar encandiló mis oídos.

-Señorita Aurora. –el señor Gideon me miraba como si de un fantasma se tratase. Me acerqué a él y no dude en abrazarle.

-¿Cómo está?, Dios mío, cuanto me alegro de verla. –dijo bastante emocionado al verme.

-Bien, no se preocupe señor mío. –contesté.

-Pensé que no volvería a verla, he rezado a dios todas las noches para que me la protegiera. No podía vivir con la culpa. –dijo aliviado mientras me sostenía ambas manos.

-No fue su culpa, no se martirice. –mis palabras pudieron aliviar su pena y su sentimiento de culpa.

-Si no le hubiera dicho nada de lo que pasó con aquel hombre, todo esto no hubiera pasado. –dijo antes de ser interrumpido.

-Olvídelo, yo ya lo hice. Es lo mejor para todos. –intenté calmarlo. El asintió y suspiró. En ese momento un hombre entró a la taberna y la cara del señor Gideon cambió radicalmente.

-Señorito Gustav, ¡me bueno verle! –se dirigió a él con tanto respeto y admiración que mi curiosidad fue a parar en aquel apuesto hombre. Portaba un traje muy elegante, su cara dorada tenía unos bordados preciosos, dignos de admiración. Su pelo era rojizo y sus ojos color esmeralda lograron captar totalmente mi atención. Aquel hombre me dedicó una mirada fulminante de la que no pude escapar.

-Señorita. –hizo una leve reverencia cosa que me impactó. Asentí por respeto y le dediqué una de mis mejores sonrisas.

-Oh Aurora, déjame que le presente al señorito William Simmons, uno de los comerciantes de especias de toda Inglaterra.

AMOR INGLÉS [PUBLICADO EN PAPEL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora