Ataraxia automática

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Yo lloraba,

el piso estaba tan frío, tan helado,

y traspasaba mi pantalón corto;

no quería estar desnudo.

También tenía una camiseta, era mi favorita,

y yo debía estar presentable, al menos,

¿verdad?

Dejé abierta la llave de la ducha,

mi celular reproducía mis canciones favoritas una y otra vez,

pero yo no parecía oírlas.

El agua,

la melodía,

el silencio de la muerte.

Miré al techo,

me habría gustado ver las nubes, pero sólo vi concreto.

Los recuerdos volvían y se iban.

Abusos. Soledad. Aislamiento. Etcétera. Etcétera.

Dolor, y tristeza, ellas eran mis amigas ahora.

Eran malas influencias, decían por ahí.

Pero nos volvimos co-dependientes, inseparables.

Y las flores no florecen en los días de tormenta.

El tiempo pasaba, lento tal vez,

suelo creer que todo fue rápido.

No había nadie en casa, solo la soledad y yo,

tal vez la muerte estaba colocando la llave en la cerradura,

es probable.

Recordé a mi madre, tan abnegada,

buscando que yo creciese fuerte, sano y sobre todo; normal.

Yo no era normal.

Yo era un ser extraño entre los demás.

Ella nunca pudo comprenderlo,

pero no por eso dejé de amarla,

y no era su culpa pues debía hacer tanto...

En esos momentos le pedí tantas disculpas,

y también en la carta que reposaba en mi cama,

esa era más una disculpa que una explicación.

No quería hacerlo, no quería, sólo por ella,

pero los tigres llegan de noche,

cuando mamá duerme.

Tome la hoja de afeitar, estaba tan brillante en ése momento,

y yo lloraba y temblaba y tenía frío.

Algo me lo susurraba, era la desesperación.

Tal vez no sabía combatir mis problemas,

era débil, eso nunca lo negué.

Era tan débil, física y sentimentalmente,

y ya no podía más.

Todo me estaba destruyendo,

tal vez fui apresurado,

pues tarde o temprano mi cuerpo cedería.

Pero yo quería que fuese temprano.

Lo quería ya.

Cerré los ojos.

Un movimiento rápido.

Dolor, dolor, dolor. Silencio,

y al abrir mis ojos desvié la mirada;

la otra muñeca.

Dolor, dolor, dolor.

Mis lágrimas caían más, no había vuelta atrás.

No había palabras de disculpa.

La música se apagaba,

y las luces se hacían opacas.

Poco a poco,

yo dejé 

de existir.

Filamentos estelares -poemario-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora