Capítulo 22

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Capítulo 22

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Capítulo 22

Liam


Un peso sobre mi pecho me despierta y mi primer pensamiento es "Johana", hasta que siento que algo cosquillea mi nariz.

Abro un ojo y solo hay una cosa que abarca mi vista; un pelaje blanco, una nariz rosada y orejas puntiagudas. El gato de Johana. Está dormido sobre mi pecho y su ronroneo hace cosquillas. Me muevo un poco a ver si despierta, pero este solo mueve la cola. Me muevo de nuevo, esta vez girando a un lado, pero este ahora solo mueve las orejas.

¡Ay, por favor!

Resoplo, mi respiración provocando un ligero movimiento de su pelo, y esa parte de su cuerpo se contrae. Poco a poco, alza la cabeza y bosteza, luego parpadea varias veces antes de enfocarme.

—Qué bueno que despiertas —susurro—. Necesito que te quites de encima.

Él me responde con una típica expresión de fastidio muy común en los gatos, vuelve a cerrar los ojos y apoya su cabeza en mi pecho.

¡Fantástico!

—¡Eh, amigo! —lo llamo y él entreabre los ojos—. No me dejas respirar.

Como si nada, cierra los ojos de nuevo.

¡Maldita sea!

¿Cómo logro quitarme a un felino de encima si este no quiere? Pues fácil, llamando a su dueña.

Giro la cabeza con intención de despertar a Johana, pero todo pensamiento racional sale por la ventana cuando la veo.

Está acurrucada a mi lado, con la cara hacia mí. Sus ojos están cerrados y sus pestañas se abren como un abanico en la parte inferior de sus ojos. Su cabello está desparramado en la almohada, alborotado y un poco enredado. Su espalda sube y baja con respiraciones profundas y su aliento caliente choca en mi costado. Tiene la boca ligeramente abierta, sus labios color melocotón se notan hinchados y tiene una marquita roja en el labio inferior.

Sonrío orgulloso. Esa marca la dejé allí anoche, en medio del desenfreno de nuestra pasión, y me encanta. No me molestaría en absoluto haber dejado otra marca en su cuerpo. Y esto no tiene nada que ver con marcar territorio, es un asunto de orgullo, de saber que ambos nos dejamos llevar tan lejos por el deseo que no nos dimos cuenta que estábamos marcando el cuerpo del otro.

Un maullido me saca mis pensamientos.

Vuelvo la cabeza y me encuentro cara a cara con los ojos verde claro de mi opresor.

Alzo una ceja.

—Su no te gusta que la vea, entonces, quítate de arriba. —Maúlla de nuevo, acercando su cara a la mía—. ¡No! ¡No lo hagas!

Pero el felino no me escucha en absoluto y restriega su cabeza en mi barbilla.

—Le gustas —dice Johana somnolienta y con la voz ronca—, y es extraño, porque no le gustan los desconocidos.

Escúchame © | The Scene I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora