Capítulo 24: ¿Feliz Navidad?

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Los gritos. La adrenalina. Los nervios recorriendo cada milímetro de sí, aferrándose a todas y cada una de sus entrañas, ahogando el poco aliento que viajaba dentro de su organismo con cierta libertad. El sudor. Los latidos del corazón a punto de taladrar su pecho con desenfreno. Los temblores de sus manos. El movimiento incesante e involuntario de sus piernas. Suspiros. Lamentos. Una agonía que parecía imposible de remediar.

Estaba a punto del colapso y con cada tic tac del reloj su cuerpo se aceleraba un poco más, como si no hubiera un límite de exceso en ella, como si sintiera en todo momento que su consciencia explotaría en cuestión de segundos... pero no ocurría. Lo único que sucedía era el tiempo y con él, las canciones, y con ellas, el concierto. Y, en menos de un suspiro, tenía que salir al escenario y desnudarse, pero sin despojarse ni una tela de encima, que era mucho peor.

Cuando los nervios se apropiaban de ella, nada podía salir bien. Pero son nervios buenos, Samantha, le había repetido Flavio sin cesar. Fueran buenos o malos, lo único que era capaz de percibir era cómo la estaban asfixiando por dentro, como si quisieran acabar con ella misma a como diera lugar. Exhalaba tanto aire que creía que sus pulmones ya estaban en reserva y sus costillas la apretaban con tanta fuerza que todos sus órganos internos se habían convertido en una maraña imposible de desenredar. Con toda esa vorágine de sensaciones internas y con las señales de los nervios asomando por cada poro de su piel, se sentó en el sofá de cuero que había detrás del escenario. Una pared negra era la única que la separaba de esa plataforma y sentía que ese muro era su trinchera, que la protegía de ese público desbocado que coreaba las canciones de la Chica Sobresalto. ¿Cómo los iba a acallar? ¿Cómo iba a llamar la atención de esa gente que solo anhelaba canturrear "Fusión del núcleo" y "Oxitocina" a gritos? Los iba a aburrir, iban a lanzarle tomates, huevos o las tapas de las botellas de agua, aunque después no tuvieran con qué cerrarlas. Se sentía tan diminuta que imaginaba cómo el mundo entero la llenaba de pisadas enormes sin descanso y ella no podía hacer nada para salvarse.

Flavio la observaba desde lejos mientras felicitaba a Bruno, que acababa de salir del escenario, ya que en "Menosperdida", la canción que los deleitaba en ese mismo instante, las baterías brillaban por su ausencia. El pianista, con solo mirarla, se percató de que no estaba bien, así que le chocó la mano al uruguayo a modo de despedida y no tardó en ocupar el hueco libre del sofá.

-¿Te encuentras bien, bebé? -inquirió, preocupado, pasando su brazo izquierdo por los hombros de la catalana.

-No, estoy mareada -afirmó, a punto de arrojar algunas lágrimas de pura impotencia.

-¿Quieres agua? -se incorporó y le tendió la botella de agua que había en una mesilla, a la izquierda del sofá.

-¿Así cómo voy a salir a recitar? No soy capaz -agarró la botella, temblando, y se dispuso a abrirla, pero sin éxito.

-Trae -el murciano se la arrebató y la abrió de una vez. Estaba tan nerviosa que no podía siquiera abrir una simple botella de plástico. -Escúchame, lo vas a hacer de puta madre. Es tu primera vez, es normal que estés nerviosa, pero todo va a salir genial. Y si no, no pasa nada, recuérdalo, como tú siempre dices...

La chica lo oía atenta, pero era tan grande la presión que sentía en su cuerpo que comenzaba a percibir la voz del murciano entrecortada, como un disco rayado que, de pronto, se vuelve molesto e ininteligible. Lo oía hablar sin parar mientras ella no articulaba ni una palabra como si se hubiesen invertido los papeles. Lo veía gesticular con las manos, cómo se subía las gafas con cada frase motivacional que expresaba, lo veía, incluso, riéndose mientras pronunciaba el nombre de Beyoncé... pero la catalana no entendía nada.

-Tú no eres Beyoncé, por suerte -se rio. -Si las cosas no salen como quieres, no tienes esa presión de la gente... ¿Entiendes lo que te quiero decir?

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