Prólogo

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Dos años atrás...

Adrenalina. Las luces, los gritos, los silencios unánimes del público para dejar paso a los solos del artista, los acordes mayores que invitaban a la añoranza, a la nostalgia, los aplausos... Todo se concentraba en un mismo recinto. Los versos de Andrés Suárez los coreaba como si no hubiera un mañana, como si tuviera que aprovechar cada segundo de ese concierto porque, al salir, volvía la tristeza. Y no, no era así. Pero volvía la rutina, y para Samantha eso era casi lo mismo. Así que ahí se encontraba, gritando como una desequilibrada y sintiendo cada estrofa en su piel, que se erizaba en cada agudo, en cada giro vocal del cantante. Las vibraciones del lugar la tenían eléctrica y le gustaba sentir esa sensación, cómo todo su organismo estaba en consonancia con los instrumentos que yacían sobre el escenario. No estaba en primera fila y se lamentó por ello durante todo el trayecto hasta el inicio del show. Comenzaron los primeros acordes y recordó lo especial que era vivir un concierto por el que has estado marcando los días en el calendario. Y entendió que no importaba la distancia ni un par de cabezas delante de ella.

En medio de uno de esos respiros para seguir dando más de sí, miró a su izquierda y se topó con los ojos grisáceos de su mejor amiga, que amenazaban con lanzar un par de lágrimas. Entonces, supo que venía su canción, la que nunca se cansaba de poner a donde quiera que vayan. Supo que, los siguientes cinco minutos, serían los más especiales y únicos de ese concierto. Ella le devolvió una mirada a la que acompañó con una leve sonrisa. Y fue inevitable no complacerla: una curva se dibujó entre sus labios también. Se tomaron de la mano y la melodía favorita de las chicas comenzó a inundar la sala.

"Vuelve

que te estoy confundiendo con las flores

que adornan los defectos de las casas donde aún hablo de ti".

El resto de la canción se fue en un suspiro y se llevó junto a ella muchas emociones, todas amargas y melancólicas porque solía ser la compañía de días así, en los que los ánimos no eran muy positivos. Apretó con suavidad la mano de la otra joven y le señaló con la cabeza a un grupo de chicos que estaban a su derecha. Era el momento de inmortalizar esa velada, aunque el ambiente no era el óptimo: una oscuridad las envolvía mientras las luces no dejaban de desplazarse de un lado a otro y el cantante no se distinguiría en la fotografía... Pero debían capturar ese instante tan especial.

-Perdona, ¿te importaría hacernos una foto, porfa? -se acercó, avergonzada, a un chico con gafas para pedirle ese favor.

-Claro que no -agarró el móvil, algo tímido, y fue el responsable de que ambas chicas abrazadas en medio de un tumulto de gente quedaran eternizadas en el tiempo. Claudia, al oír la voz tan grave del joven, le susurró algo a su amiga al oído: "Madre mía, me vibró hasta el coño". Samantha se limitó a disimular esa burrada tan típica de ellas. Desconocía cómo había quedado esa foto, pero no tenía dudas de que sería de lo más espontánea.

-¡Muchísimas gracias! -le dijo mientras él sonreía. Le resultó curiosa esa sonrisa, que podía divisarse mucho mejor en sus ojos que en la boca.


Seis meses atrás...

La búsqueda de ese libro se había vuelto una agonía. No estaba en ninguno de los sitios a los que había ido antes y ya comenzaba a darse por vencida... Subió a la segunda planta de la biblioteca, como le había indicado la recepcionista, y se dirigió hasta la sección que le correspondía. No había nadie, a excepción de un joven, algo perdido, al final del pasillo. Depositó un libro en la estantería y, segundos más tarde, desapareció del campo visual de Samantha. Ahora permanecía ella sola entre tantos millones de letras que la atrapaban. Ella solo quería un libro. Y, sin esperarlo, lo encontró en la tercera baldosa.

"Todos los sitios en los que coincidimos".

Todos los sitios en los que coincidimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora