Capítulo 12: Conformamos un puzle perfecto.

1.4K 75 3
                                    

Amanecía. Todavía el despertador no había sonado, pero no tardaría en hacerlo. Samantha estaba sobre la cama con los ojos abiertos como platos, esperando que el dichoso aparato le avisara de que ya era hora de levantarse para apagarlo con rabia, con esa poca energía que acumula por las mañanas. Apenas había descansado en toda la noche: daba una vuelta, otra, y otra, y otra... Y no hubo manera de que su cabeza presionara el botón off y la dejara descansar unas horas, así que no sabía cómo demonios iba a atender hoy en las dos únicas clases que tenía a lo largo del día. Ya se imaginaba dando cabezazos, ignorando, incluso, el acento familiar de su profesor José Luis, culpable de la mitad de las sonrisas en esa facultad. La otra mitad eran gracias a Claudia, claro. Entre sus sábanas, acostada cual bebé en el vientre de su madre y con las manos escondidas debajo de la almohada, se dio cuenta de la mierda de día que le esperaba y se puso a contar las horas que restaban para que llegara el fin de semana. Eran muchas y desistió de hacer cálculos mentales a las 8 de la mañana. Porque no merecía la pena y porque, además, se equivocaría en algún número. Encendió, entonces, el móvil con la mano derecha y, de reojo, comprobó que eran las 07:57h. Quedaban tres minutos para que el sonido chirriante de la alarma de su teléfono le indicara que debía incorporarse y afrontar la maravillosa y espléndida jornada que tenía por delante. Miraba la pantalla del móvil esperando ese momento, como una leona acechando a su presa desde la distancia, ansiosa y hambrienta. No sonó, porque la llamada entrante de Flavio cambió los planes. La catalana descolgó, de inmediato.

-Eh... Buenos días, bonica. ¿Estás en clase? -le preguntó el murciano con un acento mañanero que hacía que su voz resultara más grave de lo habitual.

-No... -dijo, aún desubicada por la hora. -Empiezo a las nueve. ¿Ha pasado algo?

-Pues que el coche no arranca y a Bea y a los niños se les va escapar el tren... No quiero coger un taxi porque... En fin. Y el metro ya...

-Yo los llevo, no te preocupes. En quince minutos estoy ahí. ¿Estáis en tu casa, no?

-Sí, gracias, de verdad. Perdón por molestarte, sé que tienes que ir a la universidad.

-No seas tonto, anda. En nada estoy ahí.

Colgó y se levantó de un brinco. La recarga de pilas que le supuso oír la voz ronca del pianista durante ese minuto y medio de llamada fue impresionante. Cuando se incorporó, un aire frío le recordó que ya esos pijamas tan cortos no eran acordes a la época. Se le erizó la piel. Caminó un par de pasos y se detuvo: el dibujo de Martina estaba en el suelo. Por la noche, lo había pegado con un trozo de celo en la puerta del armario, pero se veía que mucha adhesividad no tenía. Lo recogió con una sonrisa y evitó mirarlo en demasía porque, de lo contrario, los chicos se quedarían en tierras madrileñas por culpa de su predilección hacia el murciano y aquella pequeña artista. Lo colocó sobre la mesa de noche y abrió el armario con efusividad, quitándose el pijama de una vez y arrojándolo sobre la cama, deshecha y sin intención de recogerla. No había muchas opciones: optó por unos leggins color negro, la camiseta feminista y la sudadera lila de Cactus. Qué falsa, tía. Tenía tal atuendo que parecía una auténtica atleta profesional, cuando la catalana solo corría para huir de hacer ejercicio. Se colocó unas zapatillas de deporte, para afianzar aún más esa hipocresía en ella, y corrió hacia el baño para lavarse la cara y los dientes, aunque desayunar no estaba en sus planes. Enseguida, salió del piso sin darle explicaciones a Claudia, a quien le estaba enviando un audio contándole lo sucedido en lo que llegaba al parking.

...Y voy a llevarlos, tía. Espero que no se me cale el coche, que lleguemos a salvo y que Flavio no se dé cuenta de que todavía tengo la "L", que la primera vez le dije que en un mes la quitaba... y el mes ya ha pasado. Estoy nerviosa, ¿se me nota, verdad? No me vas a contestar... Bueno, que tengas un buen día. Ya me contarás qué tal las clases. Te quiero.

Todos los sitios en los que coincidimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora