Capítulo 29: Hoy (no) voy a soltar tu mano.

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A la mierda el único propósito de año nuevo...

Cogió uno de los cigarros que guardaba en el bolsillo del pantalón y comenzó a reproducir un gesto que hacía tres semanas que no repetía. Con cada calada sentía que recuperaba el aire que había perdido días atrás, sentía que cada bocanada de humo suponía un alivio para su organismo, que se dejaba adormecer por esa sustancia tóxica que ella se empeñaba en inhalar. Fumar era anestesiar el dolor, por lo menos esos cinco minutos que el cigarro comenzaba a consumirse entre sus dedos. Era dependiente de una diminuta colilla y se daba lástima, aunque trataba de no pensar en ello. Se limitaba a inhalar y exhalar, a centrar su atención en el humo que se disipaba en la atmósfera, así como lo había hecho su felicidad de un momento a otro, sin previo aviso. Lo positivo que había en su vida había desaparecido, se había esfumado porque sí. Y no había algo que le produjese más rabia que un porque sí, sin más explicaciones ni justificaciones.

Lo que había ocurrido hacía más de una semana era un porque sí en toda regla. Un "por qué a mí" sin obtener respuesta... porque no la había. Un "te ha tocado esto y te jodes, no intentes buscarle un sentido porque no lo hay". Y eso había hecho esos días, joderse y no despegarse del hospital, aunque el horario de visita hubiera terminado.

Le devolvió el mechero a Maialen, que al día siguiente tenía un bolo en Murcia y había adelantado su viaje para hacerle algo de compañía, y le sonrió a modo de agradecimiento, por el mechero y por su presencia.

-Lo peor ya ha pasado, titi -aseguró la navarra, percatándose de su inquietud a pesar de que el muchacho ya se encontraba fuera de peligro.

-Ya, pero no puedo evitar sentirme mal. Ha sido horrible todo. Tú no lo has visto como lo he visto yo, rodeado de cables, de oxígeno, de tubos y de no sé cuántas mierdas más... -se lamentó, sin dejar de fumar desesperadamente.

-Mierdas que le han salvado la vida -se rio con ironía.

Samantha asintió con la cabeza, pensando que si algún médico la estuviera oyendo, le cantaría las cuarenta, por referirse así a su trabajo y por fumar con esas ansias.

-Yo esta mañana lo he encontrado muy bien -afirmó la pamplonica. -Y me ha dicho algo precioso...

La catalana la miró, expectante, mientras exhalaba el humo de ese amargo cigarro. Maialen le regaló una sonrisa y Samantha entendió que si, de alguna manera se había mantenido en pie esos días, había sido gracias a personas como la navarra, que no la había dejado ni un instante sola, a pesar de la distancia que las separaba. Maialen desprendía una magia y un apoyo incondicional descomunales, que eran tan necesarios para afrontar ciertos golpes de la vida. Maialen era como fumar, con la única diferencia de que ella te daba vida, siempre, a corto y largo plazo.

-¿Qué te ha dicho? -preguntó, ya que su cara de circunstancia no había fructificado.

-Que gracias a este accidente se ha dado cuenta de que te quiere mucho más de lo que imaginaba.

-Ya...

-¿Por qué dudas?

-No dudo, le creo porque me ha pasado exactamente lo mismo, pero me hubiese gustado que me hubiese facilitado mucho más las cosas. Hubo momentos en los que casi me echa a patadas de la habitación sin razón alguna, en los que sentía indiferencia, rabia... en los que trataba de lidiar con su enfado con la vida como si yo fuera la culpable de ello y no un puto daño colateral. No he tenido la culpa de nada de esto, Mai, y parece que le ha costado entenderlo... -tiró la colilla al suelo y la apagó de un pisotón, tajante y lleno de furia.

Maialen frunció el ceño mientras seguía disfrutando de lo poco que quedaba de su cigarro.

-Fla es muy cabezón -afirmó al mismo tiempo que ladeaba la cabeza hacia ella. -Te podría asegurar que lo más difícil para él ha sido tener que lidiar con la culpabilidad de todo esto, aun estando él en peligro y vosotras dos intactas. No se perdona haber tenido ese despiste y haberte hecho pasar tantos disgustos, a ti y a la pequeña.

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