Se abrochó el cinturón con cuidado para no rozar las quemaduras de sus hombros. Esa mañana, un sol deslumbrante los sorprendió en mitad del invierno que los azotaba y decidieron aprovechar los rayos que, por fortuna, no desaparecieron hasta ese mismo instante en el que el sol se ponía. Los colores cálidos que teñían el cielo ocasionaban uno de esos placeres visuales que tanto le gustaban y se detuvo a admirar por la ventanilla del vehículo esa maraña de tonalidades anaranjadas y amarillentas que cubría la atmósfera. Y luego inspiró hondo, sintiendo esa paz que las tierras murcianas le concedían. Exhaló paulatinamente y creyó oportuno desviar la mirada del cielo, por más belleza que este acumulara, ya que su vista se lo terminaría agradeciendo. Posó sus ojos, escondidos detrás de las gafas, en el retrovisor y comprobó cómo el chico colocaba con delicadeza a Martina sobre su sillita para no despertarla. La niña estaba exhausta y ellos también.
Un día de playa implica ajetreo, por más que uno se haya propuesto desconectar. Supone comer lo más práctico y sencillo de preparar y conservar. También conlleva cargar con un sinfín de bártulos, retirar la arena continuamente a sabiendas de que esos granitos volverán de nuevo a ti, pringarse de crema para protegerse del sol, dar saltos sobre la arena para no quemarse hasta llegar a la orilla... Ir a la playa es agotador, pero si lo haces con una niña de cinco años... eso ya es más abrumador aún si cabe. Que si castillos de arena, que si juegos en el agua, que si el pino puente, la croqueta, la voltereta, los bailes de Tik Tok... Era lógico que Martina se quedara dormida en los brazos de Flavio durante el camino hacia el aparcamiento donde se ubicaba el coche.
Flavio cerró la puerta de la parte trasera del vehículo y se sentó en el asiento del conductor sin premura. Se estaba cambiando las gafas de sol por las de vista y su pelo aún permanecía húmedo del último chapuzón que él y Martina se habían dado en el agua antes de despedirse de la playa. Estaba muy guapo, como siempre, pero su rostro reunía un cansancio típico de haber permanecido toda una noche en vela. La miró antes de poner en marcha el coche y colocó sus labios sobre los de ella, como si fueran el aliciente que necesitaba antes de emprender ese viaje de vuelta a casa. Un retorno que demoraría alrededor de una hora en carretera.
La chica se separó de su boca, apoyando con suavidad ambas frentes, y le regaló un breve beso en la punta de la nariz al mismo tiempo que sujetaba sus mejillas con las manos. Con las yemas de sus dedos sobre la tez del pianista palpaba algunos granitos de arena que aún se desperdigaban por su blanquecina piel. Y así, teniéndolo tan cerca, pudo comprobar que no era la única que se había quemado.
-¿Estás seguro de que el protector solar no estaba caducado? -inquirió, alejándose de él para acomodarse en el asiento del copiloto.
-Apenas se distinguía la fecha... a lo mejor lo he mirado mal.
-Pues sí, porque te has quemado... y yo también -le informó, retirando la tira de su blusa y observando las quemaduras. -Martina no se ha quemado porque le hemos puesto el protector infantil, menos mal.
El murciano bufó y se ajustó el cinturón con suavidad, no le agradaba la idea de haberse quemado la cara. Encendió el coche y, en cuestión de segundos, se sumergieron en una carretera que no tardaría en camuflarse entre la oscuridad de la noche. Decidieron no poner música para no interrumpir el sueño de la pequeña, pero las conversaciones entre ambos no cesaban. Susurraban lo bien que lo habían pasado durante el día, a pesar de lo cansados que se encontraban, mientras la catalana rebuscaba en el móvil las fotografías y los vídeos que habían capturado en la playa.
-Qué mal te ha salido el challenge ese de Tik Tok, ¿eh? -aseguró el joven al reconocer la música del divertido reto que Martina les había obligado a hacer. Se trataba de un baile que se había viralizado en la red social de Tik Tok. Una coreografía sencilla que la niña era capaz de reproducir de manera innata, pero que a ellos les había supuesto una auténtica y verdadera agonía.
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Todos los sitios en los que coincidimos
RomanceSamantha, una joven amante de la escritura y la poesía, pelea a diario por sobrevivir en un mundo caótico, lejos de su familia. El extravío de su agenda, donde tiene plasmados todos sus escritos, hará que su camino se cruce con el de alguien más. ¿S...