Capítulo 17: Puede que te eche de menos.

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El atardecer de su ciudad era el más bonito, el más alegre. Los últimos rayos del sol, los más anaranjados, se colaban por la ventana del salón, impregnando de una tonalidad ocre toda la estancia. Habían pasado la tarde encerradas en casa, valorando cada rincón de ese hogar, el mismo que la había visto crecer, que le había visto dar sus primeros pasos y los últimos, antes de instalarse en Madrid. Esa casa tenía tanto de ella que cada vez que la pisaba sentía vértigo, una sensación tan imponente que le entraban ganas de llorar, de esconderse debajo de la almohada de su cama y desahogarse, como aquella primera vez que le rompieron el corazón o como cuando apenas tenía siete años y el ratoncito Pérez no se había llevado su muela de madrugada. Eran tantos recuerdos y tantas vivencias que al mirar a los ojos a su madre, aún con el antebrazo amoratado por culpa de las hazañas de la vía intravenosa, le resultaba irreal que hubiesen pasado tantos años. Aquella mujer que olvidaba llevarse sus dientes de leche debajo de la almohada ya no era tan fuerte... porque ya lo había sido durante muchos años. Ahora tenía que permitirse ser débil, quejarse de la mierda que le estaba tocando vivir.

-¿Cuándo tienes que ir a hacerte diálisis? -le preguntó, tratando de sacarle el tema. Hasta que no escuchara de su propia voz que continuaría con el tratamiento, la chica no se iba a quedar tranquila.

-Se supone que dentro de dos días.

-Se supone no, mamá. Vas a ir, yo te voy a acompañar -le informó, viendo cómo el rostro de su madre se iluminaba. -Sí, me voy a quedar unos buenos días aquí y si hace falta, vendré todas las semanas para estar pendiente de todo el proceso. No te voy a dejar sola, mamá.

Odiaba prometer cosas que sabía que no podría cumplir, pero esta vez estaba convencida de que por muy imposible que le resultara, lo iba a lograr. Iba a acompañar a su madre durante todo el proceso. Cuanto más cerca de ella, más llevadero sería todo.

-Tienes que acabar la carrera, cariño -le recordó, esbozando una leve pero bellísima sonrisa. -Yo aquí estoy bien, tu tía nunca me deja sola.

-Pero papá está todo el día trabajando, tú pasas mucho tiempo en casa sola. Necesitas ayuda.

-A mí me gusta estar sola -sentenció.

-Sí, pero no ahora.

-¿Cómo?

No ahora, que pueden que sean tus últimos años. Qué puta dramática eres, Samantha.

-Nada, mamá, que no está bien estar tanto tiempo sola. Tú no te preocupes, yo me organizo bien -le prometió, sacando el móvil para revisar sus redes.

-Ves -dijo. -Cuando estés aquí, estarás así, sacando el móvil cada dos por tres y deseando estar en Madrid.

-¡Qué va! -exclamó, marcando las líneas de su frente. -Es que ahora unos amigos van a dar un concierto y estoy pendiente.

-Deberías estar con ellos -le dijo.

-Y tú deberías estar sana. Hay cosas que no se pueden evitar...

Y tenía toda la razón del mundo. Hay cosas que irremediablemente van a suceder y, aunque en A Coruña no quedara ni una huella de la catalana, todo seguía su curso. El recinto donde iban a actuar estaba a reventar, todo el público ya estaba en su sitio, coreando y entonando cada una de las canciones de la Chica Sobresalto. El ambiente enérgico invitaba a saltar, a dejarse llevar por esa sensación excitante que recorría el cuerpo de todos los allí presentes. Samantha se tenía que conformar con unos píxeles, con ver el concierto a través de un directo de Instagram gracias a un alma caritativa que se iba a encargar de transmitir todo el show. O, al menos, eso había dicho, porque en cuanto ese ente diera por finalizado el directo, la catalana se quedaría totalmente desamparada, sin ningún estímulo de lo que ocurriera en el interior de ese anexo. Quedaban menos de diez minutos para el comienzo, así que cogió los auriculares para no molestar a su madre con la escandalera y no perderse ni un detalle, sin embargo...

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