Capítulo 6: ¿Cómo sobrevivir a un desamor?

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Una semana atrás, los papeles estaban a la inversa. En dos horas, comenzaba la fiesta sorpresa de Sandra por su cumpleaños en el bar "Cuatro copas". Fiesta sorpresa que había organizado hacía un par de semanas Claudia, pero a la que ahora se negaba a acudir. Llevaba dos días de bajón, apenas comía y se escondía en su cama como si ese fuese el único remedio para combatir su malestar. "Es lo que pasa cuando te rompen el corazón", le repetía a Samantha cada vez que trataba de animarla con alguna broma típica de ella, porque el humor negro era muy de Claudia. Pero ni así, sacarle una sonrisa era más difícil que no llorar viendo "Siempre a tu lado, Hachiko". Y dolía, porque Claudia era la alegría siempre, y ahora todo estaba apagado. Durante esos días, no solo le habían roto el corazón a su amiga, también se le pinchó una rueda en medio de la autopista, se le rompió la lavadora y tuvo un examen en la universidad del que no esperaba un aprobado. También tuvo un problema burocrático con los trámites de la beca y había pasado toda la mañana de ese viernes en las oficinas del ayuntamiento, aferrada a un café desabrido para mantenerse algo avispada y tratando de lidiar con el malhumor de los trabajadores de ese lugar. Samantha siempre se agarra a eso de que todos tenemos una batalla con la que luchamos a diario porque si no, la habrían expulsado de ese edificio por problemática. Así que imaginó que la recepcionista que la atendió al entrar con un tono desafiante tenía a algún familiar hospitalizado, que el de seguridad que le respondió con antipatía y brusquedad tendría algún problema en el trabajo y que ella era la primera durante su jornada en venir a molestarlo y que, además, la señora que le recogió su documentación tratándola como a una ignorante tendría una de esas mañanas estresantes que le estaban haciendo pasar a ella. Y suspiró, permitiendo que los prejuicios que su cerebro creaba sobre ellos se disiparan junto a ese aire.

Durante esos días, no había vuelto a ver a Flavio, pero sí se había animado a no dejarle los mensajes en visto. Habían hablado, a veces, incluso, hasta bien entrada la madrugada y esas conversaciones eran las que más fluían. Sin embargo, si lo pensaba bien, poco sabía de él, más allá de que era de Madrid, tenía 26 años y amaba la música. Habían hablado de tanto y sabía tan poco que tenía un sabor agridulce. Sentía que la cantidad de información que él tenía sobre ella era abismal y que, por el contrario, él seguía siendo un completo desconocido para ella. Según Claudia, ahí había tonteo, tonteo del bueno y ella estaba que no cabía dentro de la emoción. Claro, eso hasta hace dos días, ahora estaba sumida en la miseria. Claudia y Flavio habían hecho buenas migas aquella noche que ella pasó música en el bar. Y tan buenas migas que él se plantó con su amiga en el portal de su casa. Todavía recuerda aquel encuentro y se le eriza la piel. Fue tan de repente que todo lo que salió por su boca fue por impulso, porque no tenía tiempo para digerir tanto en tan poco tiempo. El jueves, habían quedado para esa cerveza que tenían pendiente, pero Claudia no estaba bien de ánimos y Samantha quería estar con ella, así que le canceló el plan a Flavio. La verdad es que como excusa le vino genial, porque su lado cobarde, que era más grande de lo que deseaba, le gritaba que no fuera, que nada podría salir bien de esa cita.

Ahora estaba en la habitación de Claudia, suplicándole que saliera de la cama y que se arreglara para llegar a la fiesta de Sandra a tiempo. Ya no sabía qué hacer para levantar ese cuerpo liviano de la cama, así que abrió su armario, lo ojeó de arriba a abajo y eligió un buen outfit para su amiga. El vestido rojo ajustado sabía que era un acierto, era su preferido, por lo que no tardó en descolgarlo de la percha y estirarlo sobre el colchón. Claudia la observaba debajo de las sábanas, se había escondido ahí como una tortuga en su caparazón y no tenía intenciones de tener contacto con nada del exterior. Ni siquiera con Samantha, que parecía estar hablando con la pared. Ella intentaba actuar con normalidad, como si nada de lo que estaba ocurriendo fuese real.

-Tía -verbalizó asomando la cabeza entre las sábanas-. ¿Tú eres consciente de que hace dos días mi novia me pidió un tiempo, muy por la cara, y que la fiesta que le había organizado cuando estábamos bien -recalcó- cuando estábamos bien, ya no tiene sentido? Porque actúas como si estuviésemos a punto de casarnos en Las Vegas...

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