Capítulo 14: No me acostumbro a este vértigo.

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Le dio al play. Dejó que la lista de reproducción de Spotify eligiera cuál iba a sonar, que fuera esa dichosa aplicación quien lo hiciera, porque no estaba dispuesta a pagar ni un duro. Flavio le decía que cogiera la versión Premium, así podría escuchar lo que quisiera y cuando le apeteciera, pero ella se negaba. Serían diez euros más al mes, y no le daba la gana.

Comenzó a sonar "Sueños rotos" de La Quinta Estación.

-Dios, Samantha, esa canción es viejísima -le reprochó el murciano.

-¿Y qué? Por ser vieja no la puedo oír o qué... Tú eres capaz de tocar la sexta sinfonía de Beethoven y yo no digo nada.

-Cámbiala.

-Ya he agotado los seis intentos, bebé, no puedo.

-Te he dicho que te cojas el Premium...

-Tú no mandas, Flavio -le recordó, abrazándolo por la espalda mientras él guardaba las últimas camisetas en la maleta.

Si algo había aprendido en ese último mes junto al pianista, a parte de que la paciencia no se contagia, era que, a las pruebas se remitía, no existía ser en el mundo que doblase tan bien la ropa como él. Tenía un arte con las prendas que provocaba que Samantha se quedara embobada mirándolo, así como lo hacía cada vez que tocaba el piano. El chico cogía la camiseta, la sacudía un par de veces al aire, la ponía a la altura de sus ojos, doblaba los extremos de la prenda hacia dentro, juntaba la parte de arriba y la inferior, a veces apoyándose de su barbilla, y... ¡voilá! Parecía que acababas de coger la camiseta impecable de uno de los estantes del Zara.

La formalidad y el orden del murciano habían sido su salvación durante esas semanas y, si no fuera porque él la estaba ayudando a preparar la maleta, la mitad de las cosas las dejaría olvidadas en su casa. Flavio ya se estaba familiarizando con su desastre y, aunque la chica no estaba dentro de sí para comprobarlo, sabía que le gustaba tanto caos en ese casi metro setenta. Tenía la convicción de que al joven le fascinaba eso de preguntarle innumerables veces si se había tomado la pastilla de la alergia o si había guardado las gafas ya en el estuche. Iba en su ADN. Le encantaba desempeñar el papel de protector, más que nada, porque era un maniático del orden y necesitaba tenerlo todo bajo control, incluso aquello que involucraba a las personas de su entorno. Y, para bien o para mal, la catalana se había convertido en su núcleo más próximo.

Flavio cerró la maleta de la chica velozmente, ante la atenta mirada de la joven que yacía sobre la cama dislocada, y la arrastró hasta la puerta de la habitación, donde se encontraba el otro bulto de equipaje. En cuatro horas, comenzaba esa gran aventura. Les esperaba una noche larga, pero los malditos nervios les obligaban a mantenerse despiertos, no eran capaces de echarse una mínima siesta para afrontar el viaje que tenían por delante. Su destino: A Coruña.

De aquella noche en el bar, en la que la catalana podría haber acabado en comisaría por culpa de sus arrebatos, se pudo rescatar algo muy positivo. La Chica Sobresalto ya había manifestado su amor por ese fiel público que la iba a visitar al bar, pero si algo la había conducido hasta ese sitio recóndito, era la voz tan peculiar del murciano. A sus oídos habían llegado los rumores de que el talento que se escondía detrás de la barra del bar era merecedor de una prometedora y larga carrera musical. Y la pamplonica volvió al local, pero para tomar una cerveza y ver qué se cocía por esos lares. Lo que presenció fue a un tío de un metro ochenta cantando "Your man" y aquella cerveza, de placentera, dejó de tener muy poco ante tal espectáculo auditivo. Varios días después, Maialen se puso en contacto con el pianista para ofrecerle ser su telonero en los dos próximos conciertos que tenía cerrados: en A Coruña y en Sevilla. ¡Rayos y centollos!, que yo he trabajado limpiando día y noche para poder dedicarme a esto, que sé lo que debes sentir tú aguantando a los borrachos de turno y reprimiendo esas ganas locas de arrasar con el escenario... Maialen era así, mágica quizá, pero, sobre todo, con unos niveles de empatía capaces de desbordar el planeta Tierra... ¡incluso Júpiter!

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