Capítulo 5: ¿Y a ti qué te debo?

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Tenía pinta de ser un domingo eterno, que amenazaba con un hastío al que Samantha se sumiría sin ninguna oposición. Todo indicaba que sería un domingo más, igual de insufrible que los del resto del calendario, si no fuera por las palabras de Claudia en medio del desayuno.

-Por cierto, que se me olvidó comentártelo anoche -introdujo, dándole un par de vueltas al descafeinado- que esta noche toco en el bar de Flavio, que no es de Flavio, pero ya me entiendes. Cuando saliste a fumar, me quedé un rato hablando con la dueña. Sabes que tengo bastante labia, la verdad, y le convencí de pasar algunas canciones... a ver si le gusto y me llama de vez en cuando.

Aquella declaración resonó en Samantha produciendo un eco que le impedía seguir el hilo de la conversación con claridad. Casi como un impulso, para disimular su descontento, se llevó la taza a sus labios y le dio el primer sorbo al cola cao. No le supo a nada, ni siquiera fue consciente de que lo estaba ingiriendo. Era lo primero que se llevaba al estómago desde anoche, pero le fue tan indiferente que sus tripas parecían más enfadadas que cuando estaba en ayunas.

¿Tocar en el bar de Flavio? Como hay tan pocos locales en Madrid, tenía que ser ahí...

-¿Qué te parece? -le preguntó al ver la reacción inerte de su mejor amiga.

-Pues, bien... ¿Qué me va a parecer?

-Es que quiero que me acompañes... -se atrevió a decir con cierto temor.

-Ni de coña, vamos. Olvídate.

-¿Por qué? No quiero ir sola, tía, porfa -le pidió poniendo unos ojitos que, en cualquier otro momento, hubiesen hecho tambalear la firmeza de Samantha.

-Sabes por qué no quiero ir. Además, mañana es lunes y hay que madrugar.

-¡No seas sosa, colega!

-No soy sosa, simplemente no me apetece verle la cara a quien tú ya sabes. Suficiente con lo de anoche.

-Joder, qué cabrón, ¿eh?

-Pídele a Sandra que te acompañe, estará encantada -trató de ofrecerle una solución a la preocupación de su amiga.

-¿Le contestaste al WhatsApp?

Era increíble la capacidad de ambas chicas para evadir los temas que no querían tocar. Y, a la vez, era impresionante la insistencia que tenían con la otra en aquellos asuntos que sabían que no eran un plato de buen gusto. Pero, aún así, debían preguntar. Por lo menos, Claudia se veía muy interesada en la respuesta de Samantha al WhatsApp de Flavio.

-No le contestaste, ¿verdad?

-Dice Sandra que no hay problema, que te acompaña -sentenció, apagando el móvil y dejándolo sobre la encimera.

-¿Vamos a seguir así? ¿Esquivando balones? -dijo siguiendo con la mirada el recorrido de Samantha, que salía de la cocina.

-No, no le respondí y tampoco iré esta noche a ese bar -se apoyó en el bastidor de la puerta y le envió un beso volado con la mano derecha-. Espero que todo te vaya genial, ya me contarás.

El resto del día para la catalana transcurrió con normalidad, tratando de ignorar que tenía un mensaje pendiente al que responder, eso sí. No lo iba a negar, la tentación de contestar y decirle algunas verdades crecía con el paso de las horas, pero tenía un orgullo tan grande que le era imposible caer en ella. La indiferencia de ayer le dolió, sobre todo, por ella, porque había hecho el ridículo de ir hasta ese bar antiquísimo, con luces tenues que cansaban a la vista, una decoración simple y un servicio pésimo solo por ver a Flavio. No iba a mentir. Había ido hasta allí solo por él, por ver qué pasaba. ¿Y ni un "hola"? Pero la gota que colmó el vaso fue ese mensaje por WhatsApp. ¿No me hablas a la cara, pero sí escudándote tras una pantalla? Si pretendía acercarse a ella de esa manera, podría ir olvidándose de conseguirlo. A Samantha no le convencía tanta bipolaridad en él, es más, le asustaba y prefería no adentrarse en un terreno que pintaba ser muy pantanoso. O lo hacía ahora o quizá terminaría embadurnada. No quería involucrarse, ni con él ni con nadie. No era el momento.

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