Capítulo 21: Nada ni nadie como tú.

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Era lunes, desde aquel viernes no había vuelto a ver a Flavio. El chico la había llamado un par de veces y habían quedado en aclarar las cosas un día de esos, pero nada concreto. Ni insistencias, ni reclamos, ni malas palabras... Pura cordialidad, y lo prefería. Samantha tenía la sensación de que el murciano le estaba dando su espacio, de que estaba respetando, de alguna manera, ese momento de desilusión por el que transitaba... eso, o que el chico aún no estaba preparado para contarle todo y le estaba dando largas sutilmente, con esa forma tan propia de sobrellevar las situaciones de tensión. De la manera que fuera, no habían concretado nada y la incomprensión de la catalana no mermaba.

La imagen de Valeria seguía rondando por su cabeza, la prepotencia y la arrogancia con la que se mostró ante ella le seguían carcomiendo por dentro. Era impresionante cómo alguien, en tan poco tiempo, era capaz de producirle tanto rechazo. Y no eran celos, como tanto se empeñaba en hacerle creer Claudia. Era rabia, impotencia, una sensación de sentirse inferior ante esa mujer delante de Flavio, el que se suponía que era su pareja. Toda esa vorágine de malos pensamientos se aguardaba en su interior, acomodándose cada uno de ellos en un rincón dentro de sí, devorándola sin sosiego, sin dejar ni un rastro de calma en ella. Era asfixiante y, por un instante, temió revivir aquel mal trance que experimentó cuando se separó de Aitor.

-¡No compares a Fla con Aitor, tía! -exclamó Claudia aquella noche que la recibió en casa, cuando la catalana estalló en llanto.

-No lo estoy haciendo -dijo, tragando el nudo de nervios que se concentraba en su garganta. -Pero que al final voy a terminar sufriendo, mírame.

-Pero esto tiene solución -afirmó. Claudia se mostraba positiva, había escuchado la versión de su amiga sin parpadear y aguardando con paciencia cada vez que ella necesitaba un respiro y no podía avanzar en su relato. Y, aquella noche, ambas chicas no durmieron: se dedicaron a compartir lo vivido en sus respectivas citas. -¿Qué culpa tiene Flavio de que esa tía sea así? Ninguna. Al igual que tú no tienes culpa de que Aitor sea el gilipollas que es...

-Pero gilipollas en toda regla, ¿eh? -agregó.

-Efectivamente.

-Y sé que Flavio no tiene la culpa de eso, pero me molesta esa desconfianza, y que no haya sacado la cara por mí, que no le haya dicho: "Mira, esta es Samantha, mi novia". Parece que me esconde... y no lo merezco.

-No te esconde, pero es complicado. Vosotros nunca habíais dicho abiertamente que sois novios, no lo iba a hacer delante de la ex... No sé, yo creo que deben hablar y escuchar y respetar los puntos de vista de cada uno. Es fácil hablar con Flavio, es una persona atenta y dispuesta a escuchar, no te va a pisar -la miró con cierta ternura, buscando algún gesto en ella que le diera la razón. -La comunicación es el puente hacia el entendimiento y hacia la reconciliación. Y las reconciliaciones son lo mejor del mundo.

-Hija -se rio, aún con las lágrimas recorriendo su rostro aterciopelado. -Qué fino te ha quedao.

-Lo hice adrede, para eso... -señaló la sonrisa que esbozaban los labios de su amiga. -...para que sonrieras. Pero es la verdad, aplícalo, no seas como Sandra y yo...

-No es tan fácil hablar con él -prosiguió. -Yo necesito escucharlo, no que me escuche, que me diga qué le pasa, si está bien o mal... No sé, es que él sabe todo de mí, yo ni siquiera sabía que iba al psicólogo. Tenías que haber visto mi cara cuando Valeria lo dijo, ni un poema de Elvira Sastre era comparable.

-A ver, ir al psicólogo tampoco es algo alarmante -la catalana abrió los ojos, estupefacta. -Quiero decir, yo he ido muchas veces y no es porque haya tenido un trauma que me haya arrastrado hasta esa consulta... Quizá va por cosas más cotidianas de las que te imaginas. ¿Tú piensas que le ha pasado algo grave y no te lo ha contado, no? -Samantha asintió. -A lo mejor es por ansiedad, estrés, inseguridad...

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