Alguien que sea hogar.
La catalana escribía en la última página de la libreta. Había más tachones que ideas claras, pero, en medio del monólogo que exponía su profesora, la chica logró un poco de inspiración. Era extraño, la verdad, porque nunca se concentraba si había mucho ruido alrededor y, aunque sólo se distinguía la voz ronca de la docente y algún que otro bostezo, lo cierto era que no eran ni el lugar ni la hora idóneas para inspirarse. Pero, por alguna extraña razón, Samantha se encontraba ahí, sentada en una de esas sillas odiosas de la facultad, con un boli bic entre sus dedos y dejándose llevar.
Que seas sus ganas de amar.
Y que sea tus ganas de amar.
De que...
Tachó esas dos últimas palabras y alzó la cabeza, tratando de actuar como si estuviese prestando algo de atención en esa interminable clase. Todo lo que oía le sonaba a chino, como si de pronto se hubiese colado en el grado de Lenguas Modernas y no estuviese en Veterinaria. Miraba a sus compañeros y veía cómo todos asentían, incluso, Claudia también lo hacía, hecho que provocó que la joven se cuestionase qué coño pintaba ahí, si todos estaban en la misma sintonía y ella cambiaba de emisora en cuanto podía... O sus compañeros eran muy inteligentes o en arte dramático tenían matrícula de honor. Dejó de comerse la cabeza por las cosas que no entendía y volvió a lo que le interesaba en ese instante. Bajó la cabeza, de nuevo, para perderse entre las letras.
De levantarte temprano solo porque lo vas a ver.
De pensar qué hacer para sorprenderlo si te dejó el listón muy alto.
Claudia estornudó. La catalana desvió la mirada hacia ella y cubrió el folio con la mano derecha para que su amiga no viera lo que escribía, algo muy alejado de lo que hablaban en ese aula.
Alguien que sea hogar.
Miró hacia la ventana. Un barullo procedía del exterior. Al lado de la facultad, había un colegio y debía ser la hora del recreo porque cientos de niños y niñas muy enérgicos corrían sin control, adentrándose en el patio. Volvió a escribir.
Que baile contigo hasta que duelan los pies y que, aún así, no se siente.
Que lea tu mirada, que los ojos le sirvan de palabras...
Releyó lo que llevaba escrito y comenzó a balancear el bolígrafo entre sus dedos, sin percatarse de que la punta del objeto rozaba su camiseta blanca. Genial. Ahora tenía un bonito garabato decorando la prenda. Suspiró. No se sentía del todo satisfecha con lo que estaba escribiendo, pero prosiguió...
Que abrace las inseguridades y frene los portazos al amor.
Alguien que sea amor... hogar... prisión. Que reinserte el corazón.
Y se detuvo. La clase estaba finalizando, así que comenzó a recoger sus cosas. Cerró la libreta, sin saber si ese escrito se quedaría olvidado en aquella última página, la metió dentro del bolso y sacó el móvil. Tenía un WhatsApp de Flavio, era una foto de un cartel anunciando el show de la Chica Sobresalto en el bar. A la cantautora le habría gustado el sitio porque repetía la aventura en ese sobrio local.
"¿Te vienes esta noche?" -le escribió. -"Yo estaré en la barra, pero luego nos podremos ver".
Acto seguido, se le iluminó la bombilla y volvió a sacar el cuaderno a contrarreloj. Cogió, rápidamente, el bolígrafo de su estuche y escribió unas últimas frases.
Alguien que quiera más...
Que seas su concierto favorito, su canción preferida y su O2.
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Todos los sitios en los que coincidimos
RomanceSamantha, una joven amante de la escritura y la poesía, pelea a diario por sobrevivir en un mundo caótico, lejos de su familia. El extravío de su agenda, donde tiene plasmados todos sus escritos, hará que su camino se cruce con el de alguien más. ¿S...