El tiempo lo cura todo... o eso le decían siempre que transitaba por una época complicada para tratar de animarla. Pero cuando llevaba dos meses oyendo la misma frase, incluso viniendo de ella misma, ya no le veía el lado positivo. Ya le había cogido tirria. Sobre todo, porque llevaba poco más de dos meses asentada en Madrid y el tiempo... el tiempo no lo había curado todo. Ni un poco. No había curado nada.
Samantha seguía intacta: las heridas abiertas aún no cicatrizaban y el dolor que sintió cuando salió de aquella habitación del hospital no mermaba, aún continuaba clavado en su pecho hasta el punto de asfixiarla. A veces, cuando llegaba la noche y se escondía en el interior de su cama, entre cojines, sábanas y un edredón abultado que la arropaba como nadie, llegaba a sentir que le faltaba el aire y se levantaba apurada a la ventana para fumarse un cigarro. Ya no fumaba tranquila, fumaba con ansias y deseando arrojar la colilla cuanto antes porque ese hábito le traía malos recuerdos.
No quería que su vida girara entorno a él, pero era inevitable que su día a día se viera entorpecido si se sentía tan desanimada. A pesar de ello, había superado la época de exámenes con creces, ante su sorpresa, porque concentrarse para estudiar le había supuesto una auténtica odisea, aunque, al mismo tiempo, había sido su distracción más efectiva. Ir a la universidad, estudiar, estar rodeada de sus amigos y escribir habían sido su salvavidas en esas semanas en las que había estado peleando contra las olas en pleno altamar. Y escribir había sido su refugio. Lo único positivo de estar con el corazón roto era que la inspiración se apoderaba de ella y le exigía que canalizara todo ese dolor a través de las letras. Y había creado verdaderas maravillas con ellas, como nunca antes lo había hecho, como nunca pensó que podría llegar a hacerlo. La culpa era de Flavio, porque acudía a la escritura para desquitarse de él y porque cada vez que abría esa libreta para dejarse llevar releía su nota sin cesar... una y otra vez, aunque tuviera memorizadas hasta los signos de puntuación.
"Para que nunca te quedes sin páginas y sigas escribiendo mil poemas, y más. Para que pierdas la cuenta de las letras y te sigas desahogando con ellas".
Y eso había hecho: desahogarse hasta que las páginas y sus manos se hartaran de plasmar cuánto lo extrañaba. Porque la añoranza le salía por cada poro de su piel y sus dedos no habían hecho más que vomitar y vomitar poemas que personificaran sus sentimientos y aliviaran el desamor. Y, en realidad, se sentía algo satisfecha porque su dolor había cosechado grandes resultados, aunque solo se vislumbraran en su libreta.
Durante ese tiempo, solo había sonreído de verdad dos veces. La primera de ellas fue en el día de su cumpleaños, el seis de febrero. Era un sábado y el día anterior había tenido su último examen, así que tenía muchos motivos para celebrar, y lo hizo. Claudia, Maialen, Bruno, Hugo y Eva se unieron al festejo sin dudarlo y fue su mejor amiga quien organizó una quedada en el bar de Flavio... sin Flavio, evidentemente.
-¿Pero entonces vosotros os habéis separao, no? -preguntó el cordobés a la cuarta copa porque antes no había alcanzado la suficiente embriaguez para hacerlo.
La catalana rio al ver la reacción atónita de todos tras la pregunta de Hugo, como si no desearan tanto como el muchacho conocer la incógnita de su relación con el pianista. O, mejor dicho, de su no relación. Miró la jarra de cerveza que reposaba sobre la mesa y la condujo hasta sus labios para darle un largo y profundo sorbo. Tenía que hacer tiempo hasta que se le ocurriese algo convincente que decir.
-A ver -prosiguió el andaluz. -El otro está inválido en Murcia y ella, aquí, de cervezas y guateque... Algo no me cuadra, illo, tenía que preguntar -argumentó después de que el grupo lo juzgara con la mirada.
-No está inválido, zoquete -aclaró Maialen. -Y no está bien que te refieras con ese término... es horrible. Todos somos válidos, a pesar de las discapacidades o las limitaciones que podamos tener. Seamos sensatos y utilicemos bien el vocabulario -chistó. -No tendremos más palabras para referirnos a esas personas, qué va -espetó con ironía.
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Todos los sitios en los que coincidimos
RomanceSamantha, una joven amante de la escritura y la poesía, pelea a diario por sobrevivir en un mundo caótico, lejos de su familia. El extravío de su agenda, donde tiene plasmados todos sus escritos, hará que su camino se cruce con el de alguien más. ¿S...