Capítulo 2: Perdón por ser tan desastre.

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Miraba al techo. Eran casi las dos y media de la mañana y al día siguiente tenía que madrugar. Con el extravío de la agenda, había borrado de su mente aquella frase tan bonita que le surgió por la mañana. Era de esas sensaciones que no le podía producir más rabia. Y, ahí se encontraba, sin poder dormir de la impotencia, acostada bocarriba y deseando tener un botón de off. En el fondo, sabía que no se iba a acordar, pero si algo había heredado de su padre era eso de ser muy cabeza dura. Además, en alguno de los lóbulos de su cerebro, rondaba la incertidumbre de si alguien había movido de aquel banco su libreta. La culpa no la tenía Claudia, así como tampoco era la culpable de tener esa risa tan chirriante. Ni de tirarle aquella cerveza en medio de la fiesta de graduación de su hermano Pablo. No tenía la culpa porque iba piripi y Claudia en su estado natural ya era mucha Claudia, así que bajo los efectos del alcohol se multiplicaba por cifras infinitas. Entonces, olvidar la agenda en ese banco no fue responsabilidad de ninguna, aunque ambas estuviesen sobrias. Lo primero que le dijo la loca de su amiga tras disculparse fue: "Jo, ahora cómo me voy a acordar de la analítica de la próxima semana". Y Samantha solo pudo soltar un sinfín de insultos sin dejar de reírse. Pero, joder, ahora el miedo de perder esa libreta la tenía sin poder pegar un ojo. Entre sus páginas, tenía plasmados todos los escritos que le iban surgiendo y de algunos se sentía bastante orgullosa. Algo muy inusual en ella, que siempre se martirizaba a sí misma con todo lo relacionado a ella en sí. Lo único que la tranquilizaba un poco era que, en la primera página de esa agenda, había escrito su número de teléfono por si algún día se le perdía. En situaciones como esta, agradecía el lado friqui que nunca la abandona. Pero, de igual forma, esos nueve números dentro de su libreta no le aseguraban poder recuperarla y volvía a repetirse a sí misma que la culpa no era de Claudia. Porque no lo era, pero de madrugada su voz interior se volvía más pesada que los examinadores de conducir que la aprobaron a la sexta. Y sonó el despertador, entre algunos ronquidos de su mejor amiga y una preocupación que no la dejó soñar plácidamente. Mientras se levantaba de la cama, recordaba unas palabras que le dijo alguna vez su tío: "los perros no duermen, dormitan". Así sentía que había sido su noche, como una perrita que nunca llega a cerrar del todo los ojos, pendiente de los estímulos del exterior. Bueno, más bien de su interior, de todo lo que gritaba por dentro. Quizá necesita uno de esos carteles que invitan al silencio que hay colgados en la biblioteca. No sé, por recordarse a sí misma que se calle un rato. Quizá ese cartel habría evitado que estuviese bostezando toda la mañana. Antes de entrar a clase, Claudia pasó por la biblioteca para comprobar si la agenda seguía ahí. Samantha estaba en la cafetería pidiendo dos cafés para ambas. El suyo, muy cargado, porque el cartel de silencio no existía y esa bebida caliente era la única solución para vencer el sueño. 

-¿Y? -le preguntó alzando la mano izquierda en cuanto la vio entrar por la cafetería.

-No... Ni rastro de Mr. Wonderful -la miró cabizbaja- lo siento por ser tan desastre.

-Qué va, si no fue tu culpa.

-Pero lo has pensado...

-¿Yo? Te prometo que no -afirmó tratando de hacerla cambiar de opinión.

¿Qué le iba a decir? ¿Que sí, que la voz diabólica de su cabeza le había hecho pensar que un poco de culpa sí que tenía, mientras que la angelical le gritaba que no, que hay circunstancias que simplemente ocurren y nadie las causa? Porque si Claudia por algún supuesto hubiese sido la responsable, ella tampoco se quedaba atrás. 

-Te juro que no. ¿Y yo qué? ¿No tengo ojos y no pude ver que la agenda se quedaba ahí? En serio, quítate esa idea de la cabeza -se acercó a su frente y le dejó un suave beso.

En el día de hoy, el nombre de José Luis no figuraba en el horario y poca era la motivación por entrar al aula. No obstante, Samantha le dio un último sorbo a ese café y se levantó de la silla para cumplir con las obligaciones. Al salir del local, un aire frío se coló por las rasgaduras de su pantalón pitillo y, como un acto casi reflejo, se abrazó a sí misma tratando de calentarse el cuerpo. Era otoño y el sonido de pisar las hojas contra el suelo podría ser uno de sus favoritos. Ojalá pudiera grabarlo y ponérselo como sonido de WhatsApp. Aunque, pensándolo bien, siempre tiene el móvil en silencio y no tendría sentido. 

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