-Uno, dos, tres...
-Más despacio, Samantha.
-Cuenta tú, entonces.
-Uno... dos... tres... cuatro... y cinco...
Y el tiempo se detuvo, aunque un sinfín de imágenes la embistieron de golpe y los segundos seguían pasando, sin poder hacer nada para remediarlo. Y tampoco quería hacer algo para pararlo, solo anhelaba que esa agonía que recorría su cuerpo desapareciera cuanto antes.
-Ahora hay que esperar cinco minutos, ¿no? -inquirió, indecisa.
-Sí.
Resopló con fuerza y se apartó un par de centímetros del lavabo. Enseguida, Flavio imitó sus pasos y la rodeó por la espalda, pegando el pecho contra su dorso y permitiendo que los latidos acelerados de su corazón terminaran rebotando en ella. En cualquier otro momento, el contacto con el chico le hubiese producido calma, le hubiese contagiado de esa tranquilidad que él siempre destilaba, no importaba cuándo ni cómo. Pero esta vez no fue así. Y no fue así porque él también estaba a punto de colapsar por culpa de los nervios. Así que temblaron juntos, en silencio y contemplando la infinidad de circunstancias que podrían cambiar en cuestión de unos meses.
Esa misma mañana había sido el detonante. Samantha se subió la ropa interior y los pantalones, se lavó las manos y salió del baño a punto de echarse a llorar sin consuelo. Apareció en la cocina y se quedó mirando al murciano con los ojos vidriosos mientras este estaba preparando una tortilla de papas, muy concentrado y atento. Un segundo más sin que el joven se percatara de su desesperación y estallaba en llanto...
-¿Qué? -preguntó al verla parada en medio de la cocina.
-No me ha venido.
-¿La regla?
-No, el compás... -y se echó a llorar porque ya no aguantaba más.
-Samantha... -espetó con un tono de voz afligido.
Se acercó a ella, con el delantal de propaganda turística de la Región de Murcia que habían comprado hacía un par de meses veraneando por la zona, y la abrazó con fuerza. Olía a fritanga y sus manos estaban algo pringadas de aceite, pero la catalana se aferró a él como si fuera el único que podía ofrecerle una solución a eso que le agobiaba tanto. Lloró, lloró y lloró sin control mientras Flavio se limitaba a acariciar su espalda con suavidad y a susurrarle un sinfín de cosas a las que ella fue incapaz de prestarle atención.
Se desprendió del abrazo, lo miró a los ojos para que ellos trataran de secar los suyos y logró tranquilizarse, un poco. El murciano pasó sus manos por sus mejillas, retirando las lágrimas que las humedecían, y le dejó un beso sonoro en la frente. Y luego otro, después de mirarla con devoción y algo de pavor.
-Tú también estás cagado -aseguró sin apartar la mirada de su rostro.
-Como para no estarlo... pero todo va a estar bien, ¿vale? -y escondió un pequeño mechón rubio detrás de su oreja.
Flavio sonrió levemente, obligándola a hacer lo mismo porque siempre caía rendida ante esas muecas en su cara tan jovial a pesar del transcurso de los años, y ella volvió a abrigarse en su pecho porque era el único lugar en el podía sentir algo de calor.
-¿Y si no...?
-No pasa nada -afirmó antes de que la joven terminara de articular la pregunta. -No pasa nada, lo que pase va a ser lo correcto, ya veráh.
-Fla...
-No va a pasar nada, te lo prometo. Si no estás embarazada, seguiremos como siempre. Y si sí, pues tampoco pasa nada. Es un cambio importante y para siempre, pero no va a pasar nada, ¿me oyes? -dijo, como si tratara de autoconvencerse de ello a sí mismo.
-¿Sabes lo que va a pasar?
-Pues no... -chistó.
-Que la casa se va a quemar como no le des la vuelta a la tortilla -se echó a reír y el murciano voló hasta poner a salvo el almuerzo que tenían para ese día.
Las carcajadas de Samantha no cesaban y él la miraba, atónito, sin saber cómo demonios hacía para pasar del llanto a la risa descontrolada en cuestión de un par de segundos. Enseguida, le dio la vuelta a la tortilla y suspiró aliviado al comprobar que estaba intacta, algo más tostada de lo normal, quizá, pero comestible. Esta vez, fue ella quien corrió y lo abrazó por la espalda mientras empezaba a llenarlo de besos una y otra vez. En la nuca, en el hombro, en el omóplato, en la zona dorsal...
-Ni una tortilla bien, Flavio, cómo vamos a criar a un niño. Somos un desastre...
-Somos un desastre, sí, pero que yo sepa el gato no se nos ha muerto -se giró para mirarla de frente y posó sus manos, aún algo aceitosas, en su cintura.
Si lo miraba a los ojos, creía firmemente que nada podría ir mal, así que mantuvo su mirada en él mientras su cabeza no paraba de gritarle miedos e inseguridades con el fin de hacerla entrar en pánico. Pero se mantuvo entera, resopló y le susurró un "te quiero" muy leve al chico. Porque durante los años que habían estado juntos había aprendido a lidiar con sus desastres e, incluso, él se había vuelto algo caótico con ella también. Ella no era nada fácil, sobre todo, en los días donde la ansiedad la consumía por dentro.
-Ya he comprado un predictor... -pronunció, de repente.
-¿Qué dices?
Asintió con una sonrisa nerviosa en sus labios y los ojos brillantes de tanta emoción. Nunca había acostumbrado a anteponerse a las situaciones de la vida, pero, esta vez, la angustia había actuado por ella, la había arrojado hasta una farmacia y ya tenía una prueba de embarazo escondida en el baño.
Y sonó la alarma... Habían permanecido los cinco minutos estipulados para que el predictor determinara si estaba o no embarazada abrazados, sin gesticular ni una palabra porque ya sus cuerpos lo habían manifestado todo. El movimiento incesante de sus piernas, los latidos desenfrenados de su corazón, la respiración acelerada del muchacho golpeando en su oído, el sudor, los temblores de sus manos mientras se sostenían con cierta delicadeza... ya se habían dicho todo. Las palabras sobraban y los sentimientos hablaban por ellos, aunque en silencio.
Se desprendieron de ese abrazo de contención en cuanto la alarma los sorprendió. Se miraron, temerosos, y Samantha se alejó aún más del lavabo en donde se encontraba el predictor boca abajo.
-Míralo tú y ya me dices -le pidió, temblando.
-No, no, los dos a la vez.
Samantha negó con la cabeza, desesperada.
-Míralo tú, que me va a dar algo...
El joven acató sus órdenes, aunque no estaba muy de acuerdo con ellas, y cogió el predictor en su mano, que por primera vez temblaba repleta de nervios, tapando el resultado con su puño. Suspiró, se acomodó la camiseta por los hombros y retiró los dedos de la pantalla del aparato, desvelando el misterio ante sus ojos. Su semblante no se inmutó, permaneció igual, ni un gesto de asombro, ni una mueca nerviosa, ni un aspaviento exagerado... Flavio era la calma personificada ahora más que nunca, la única vez que no tenía que serlo.
-Dos rayitas es positivo y una es negativo -le recordó, por las dudas.
-No hay rayitas...
-Tiene que haber rayitas -rebatió, a punto de apoderarse del predictor.
-Samantha...
-¿Qué? Mira bien...
Dos rayitas es positivo, una es negativo. Dos es...
-José María no se va a llamar -y le dio la vuelta al aparato, que era más moderno que su mente y le indicaba que estaba embarazada con letras, y desde hacía dos semanas, además.
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Al principio me negaba a que esto pasara y a una boda, pero la Esmeralda del presente ha hecho un poco lo que le ha dado la gana.
Gracias por leer, por comentar, por disfrutarla... no sé. Soy muy pesada agradeciendo, pero pensaba que esto no tenía ni pies ni cabeza y que solo mis tres amigos de siempre me terminarían leyendo... y al final ellos no la han terminado de leer, pero he llegado hasta aquí, así que me siento muy agradecida.
Espero que nos leamos pronto. <3 ¡Un abrazo!
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Todos los sitios en los que coincidimos
RomanceSamantha, una joven amante de la escritura y la poesía, pelea a diario por sobrevivir en un mundo caótico, lejos de su familia. El extravío de su agenda, donde tiene plasmados todos sus escritos, hará que su camino se cruce con el de alguien más. ¿S...