Capítulo 22: No te voy a dejar caer.

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Cogió su bolso, el abrigo y el regalo de Flavio, y se despidió de Maialen con un fuerte abrazo, de esos que te hacen sentir en casa, que te arropan acomodando todos tus pedazos y te contienen entre el calor que desprende la otra persona. Ella siempre lo solía hacer, pero esa vez fue especial, y no por el paquete enorme de comida que la catalana le había regalado a Murphy, ni porque la navarra ahora tenía un peluche reversible en función de su estado de ánimo. No, era por lo que acababa de pasar hacía un rato y por lo que venía por delante.

Se desprendieron, entonces, de ese abrazo tan reconfortante y se miraron a los ojos, mientras la pamplonica la agarraba con ímpetu por los brazos.

-Gracias, a Murphy le ha encantado tu regalo -afirmó, sin parar de sonreír. Y la sonrisa de Samantha se extendió aún más que la de la Chica Sobresalto, porque ella tenía ese don, el de contagiar al resto de su ilusión por cualquier mínimo detalle de la vida. Maialen era como una niña pequeña, con la diferencia de que tenía una madurez y una experiencia descomunales que provocaba que hablar con ella fuera terapéutico y que, además, cayeras en la cuenta de que hay que rebelarse y llevarle la contraria a la vida por lo que realmente amas. Por quien realmente amas.

Flavio observaba la escena detrás de la catalana, con unos ojitos vidriosos escondidos tras sus gafas. Se remangaba a cada instante el jersey tan ceñido que se ajustaba a su figura esbelta y bien mesurada y, cuando no lo hacía, se acomodaba las gafas con la mano derecha. El pianista era un cúmulo de manías y tics nerviosos que se repetían sin cesar, como un bucle vicioso e involuntario. Y quizá actuó por inercia o vete a saber tú por qué razón, pero buscó la mano de la catalana y juntó la suya con la de ella, entrelazando sus delicados dedos con los nacarados y finos dedos de la chica. Lo hizo sin pensar, de manera automática, y cuando se percató de que acariciaba con suavidad la palma de la mano de la joven, se soltó de ella de inmediato, como si le hubiese producido una corriente eléctrica que le obligara a liberarse de esa piel sedosa cuanto antes. Tenerla a escasos centímetros y no hundir sus dedos entre sus hombros marcados, llegando a rozar incluso sus clavículas, suponía una maldita condena para el murciano. Contemplar la espalda de la joven a unos pasos de sí, como en ese momento, y no poder masajear con sus manos la nuca de la chica para empezar a recorrer toda su columna vertebral hasta desembocar en las lumbares... eso, era un castigo exorbitante. Samantha era su instinto, y hasta sus más recónditas entrañas le imploraban que la tocara. La catalana también lo gritaba, pero se tragaba las palabras a trompicones mientras se limitaba a seguir con normalidad la despedida con Maialen.

-De nada, tía. Jamás voy a olvidar tu cara de ilusión por ese ridículo peluche, no tiene precio, de verdad -se rieron.

-Habla la que no puede dormir sin su peluche por las noches -irrumpió la voz imponente del murciano, ocasionando la risa estridente de la navarra.

-¿En serio, tía? -inquirió la pamplonica cuando la risa le concedió un respiro. -No te imaginaba así para nada.

La catalana se dio la vuelta y miró al chico de manera amenazante, pero él sonreía levemente, con esa parsimonia disfrazada de pasotismo e indiferencia ante la ojeada desafiante que le había destinado Samantha.

-Míralo -dijo, señalándolo con el dedo índice. -No habla nunca, pero cuando abre la boca...

-El silencio está infravalorado -afirmó, colocándose a su altura. -Para qué malgastar las palabras, hablo cuando merece la pena.

-Pues mira, a veces, sí que hace falta hablar, porque yo caras no sé interpretar -respondió Samantha mientras Maialen abría los ojos, asombrada, al oír ese ataque tan directo.

-Se llama ser selectivo, Samantha. Siéntete orgullosa porque estoy hablando contigo -espetó, alzando una ceja, imitando la cara tan divertida que solía hacer siempre la catalana. Algo que no le agradaba a la chica.

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