Capítulo 9. INVITACIÓN

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Seguían allí, abrazadas, aún con las luces del bar apagadas, solo encendidas las del escenario.

—Sin mí también habrías podido, Luisita —contestó Amelia.

Se separó un poco de la rubia, sin dejar de rodearle la cintura con sus manos, lo suficiente para verle la cara.

—Quizá sí, pero hubiera tardado mucho más —dijo Luisita con la voz entrecortada.

Estaba emocionada por lo que acababa de ocurrir.

—¿Hacía mucho que no tocabas?

—Delante de alguien... —Luisita hizo una pausa y se aclaró la voz— Hace casi dos años. —Bajó la mirada intentando contener las lágrimas.

Amelia tiró de ella para que bajara del escenario y volvió a abrazarla.

—Me alegro de que haya sido conmigo. —La palma de la mano de Amelia subía y bajaba por su espalda acariciándola.

Luisita esperaba una pregunta, cualquiera la hubiera hecho: «¿Por qué?». Pero Amelia prefirió callarla. Al oír lo que le dijo, Luisita suspiró y sonrió en su hombro, sin salir de aquel abrazo en el que se sentía tan a gusto.

—Se habrán enfriado. —La voz de Luisita hizo que Amelia se separara y las dos miraron los cafés que había encima de la mesa.

—Frío estará perfecto, aunque quizá... Espérame aquí.

Luisita se sentó y vio cómo Amelia se llevaba los dos cafés hacía la barra. Vertió el contenido de las tazas en el fregadero, las echó a lavar y cogió dos vasos; se acercó al grifo de cerveza y sirvió dos cañas con la técnica que Luisita le había enseñado; finalmente, puso las cervezas y dos posavasos en una bandeja para llevarlo a la mesa. Luisita la observaba cómo lo hacía resuelta, como si llevara toda la vida detrás de la barra de un bar. Llegó hasta la mesa con la bandeja en la mano, colocó los posavasos, y miró a Luisita:

—Aquí tiene señorita. —Colocó las dos cervezas en la mesa­­—. No me vaya a decir que no debería beber antes de trabajar, porque ya lo sé. Pero no se vuelve a tocar delante de alguien todos los días. —Luisita la miraba sonriente—. Tiene que celebrarlo.

Sin dejar que la rubia contestara llevó la bandeja a la barra y puso música de ambiente, sin haber encendido aún todas las luces del bar, volvió a la mesa donde Luisita la esperaba y se sentó, le dio un pequeño sorbo a la cerveza y mirando a Luisita dijo:

—Qué camarera más simpática, ¿verdad? —Con aquel comentario Amelia provocó que Luisita soltara una carcajada, de la que ella misma se contagió.

—La verdad es que sí —asintió Luisita—. Pero no le digas nada. —Amelia hizo el gesto de sellar los labios—. Es un poco creída —dijo susurrando como si no estuvieran solas en aquel bar.

—¡Oye! —Amelia le dio un golpecito en el brazo y fingió indignación. —Qué feo, criticando a la pobre camarera a sus espaldas. Por cierto, aún no sabe por qué su maestra no es objetiva con ella.

—Eso se lo tendrá que decir su maestra a ella, es privado.

—Venga, por favor. —Le rogaba a Luisita haciendo pucheros.

—Te lo contaré cuando tú me digas los secretos que te traes con mi hermana. —Intentaba chantajear a la morena.

—Luisita, por favor, no voy a traicionar a una niña de 5 años­­. —Amelia se cruzó de brazos y trató de simular seriedad.

—Me encanta esta canción. —Sonaba I'm yours y Luisita comenzó a tararearla en bajito—. Tiene un rollazo, me pone de buen humor —decía la rubia ante la atenta mirada de Amelia.

Sólo si es contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora