La siesta de Amelia había sido reparadora, de las de babear el cojín. Miró la hora y vio que el reloj marcaba las 18:23, dejó la manta doblada en el sofá y se fue a su habitación a vestirse. Tocaba cambiar el traje que había usado por la mañana por algo informal, que era, en realidad, con lo que más cómoda se sentía. Se miró al espejo, terminó de pintarse el labio inferior y se sacudió el pelo como tenía costumbre de hacerlo.—Lista —dijo antes de apartar la mirada de su reflejo.
Cuando llegó al King's pasaban unos minutos de las 19:00, la hora de apertura. Al entrar se quitó el abrigo, en la calle hacía frio y dentro una temperatura agradable, bajo las escaleras y vio a una chica Rubia, con el pelo recogido, dentro de la barra, de espaldas, colocando unas botellas.
—Hola.
Luisita se giró y la vio, de pie, mirándola. Allí estaba Amelia con su pelo rizado cayéndole por encima de los hombros, el abrigo entre las manos y su sonrisa infinita.
—Hola —Contestó tímida Luisita. «Es ella» pensó
—Venía a hablar con María. —Amelia miró a su alrededor y no vio a nadie más que a la rubia—. Aunque igual he venido un poco pronto y aún no ha llegado.
—Si, sí. Está aquí, pero está en el despacho haciendo pedidos y papeleo, espera un momento que voy a decirle que la estas esperando.
—No hace falta, no la molestes que no tengo prisa, ponme una caña y yo espero a que termine —dijo la morena mientras se sentaba en un taburete y colgaba el abrigo debajo de la barra.
—¿Seguro?
—Si, de verdad.
—Pues mejor. No sabes lo que se enfada cuando la interrumpimos. ¿Rubia o tostada?
—¿Qué?
—La caña. Me has dicho que querías una.
—Ah, sí. Rubia, siempre —Luisita cogió un vaso para servirle la cerveza a Amelia. Ella no le quitaba ojo.
—¿Eres la hermana de María?
—Si —contestó mientras le dejaba la caña encima de un posavasos que acaba de colocar —Luisita, y tú eres Amelia, ¿No? —La de rizos asintió y la rubia le tendió la mano para presentarse—. Encantada.
—Encantada. —Le estrechó la mano.
Amelia le sonreía, se quedaron así unos segundos, con las manos apretadas, mirándose, hasta que sonó la puerta. Un grupo de chicos y chicas entró en el local y se sentaron en una de las mesas altas.
—Voy a atender.
Amelia le dio un sorbo a la cerveza y la observaba desde su posición, como se movía, como interactuaba, como fruncía el ceño concentrada cuando apuntaba la comanda, la rubia levantó la vista y sus miradas se cruzaron, se sonrieron, pero Amelia se sintió pillada y bajo los ojos. Cogió el bolso, lo abrió y sacó el móvil para cacharrear con él. Aquella chica dulce, pero con la mirada triste le causaba intriga, le daba vueltas a si su hermana habría conseguido que actuara con ella, pero prefería no sacar el tema y esperar a hablar con María. Al ver que Luisita volvía a instalarse detrás de la barra, después de servir al grupo que había entrado al bar, volvió a hablarle.
—¿Hace mucho que trabajas aquí?
—Ahora de continuo seis meses, pero he estado trabajando aquí a intervalos desde que mi hermana lo cogió, hace ya casi 5 años.
—¿Y qué tal llevas trabajar con la familia?
—Bueno, tiene sus cosas buenas y malas, a veces entender que además de mi hermana es mi jefa me cuesta. Por lo menos ella ya no vive en casa, así que cuando discutimos no tengo que encontrármela en el desayuno.