Capítulo 20. REGALO

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No sabía dónde estaban las cosas que necesitaba, y trataba de buscarlas sin hacer mucho ruido para no despertar a Amelia, que seguía durmiendo. Aunque le había costado separarse de ella, después de un rato mirándola en silencio sin que la morena se diera cuenta, se decidió a salir con cuidado de la habitación para prepararle el desayuno.

Había encontrado las cápsulas para la cafetera, la leche, que estaba en el frigo, y el pan para hacer las tostadas. Solo le faltaba el exprimidor; había un frutero lleno de naranjas, por lo que intuía que a la morena le gustaría tomarse un zumo recién exprimido. Al arrancar el aparato, creyó que Amelia no tardaría en venir a la cocina, porque sonaba como la pista de aterrizaje de un aeropuerto, pero no fue así.

Cuando lo tuvo todo listo, menos el pan, que no quería que se enfriara, y lo había dejado preparado a falta de encender el tostador, para hacerlo justo antes de empezar a desayunar, se fue a despertar a la morena.

Abrió la puerta despacio, y vio cómo Amelia continuaba en la posición que la había dejado: dormía de lado y rodeaba la almohada con los brazos. Se acercó hasta la cama y se sentó en el borde; después de observar la cara de felicidad que tenía, comenzó a acariciarle suavemente la mejilla con el dorso de los dedos mientras la llamaba en susurros.

—Amelia.

La de rizos emitió un pequeño sonido haciéndole saber a Luisita que la había oído.

—Amelia —volvió a susurrar, ahora inclinándose levemente para llamarla más cerca de su oído.

La morena abrió un poco los ojos y le sonrió.

—Buenos días —dijo con voz de recién levantada. —Huele a café.

—He preparado el desayuno —contestó Luisita y la sonrisa de Amelia creció aún más. Se incorporó y le dio un abrazo al que Luisita correspondió sin poder evitar cerrar los ojos.

—Gracias, Luisi. —Se separó para verle la cara.

—Es lo menos que puedo hacer para agradecerte cómo te portas conmigo.

—No tienes que agradecerme nada. —Hablaban cerca sin romper el abrazo—. ¿Has dormido bien? —se interesó Amelia.

—Contigo siempre duermo bien —afirmó la rubia.

—Solo has dormido dos veces —ironizó Amelia. —Es una estadística un poco pobre.

—Tendrás que invitarme más veces para corroborar mi estadística.

—Todas las que tú quieras. —Y tras esa proposición le dejó un beso en la mejilla.

Al dejar de sentir los labios de Amelia sobre su piel se levantó y tiró de ella cogiéndole de la mano.

—Vamos, rizos, a desayunar. —Amelia se dejó llevar y la siguió sin soltarse.

—Nunca me habían llamado rizos —rio Amelia.

—Pues es una cosa que salta a la vista —dijo señalándole el pelo e invitándole a que se sentara.

—Como la de vis a vis —sugirió la morena mientras tomaba asiento.

Luisita encendió el tostador y se giró para contestarle:

—Como la de vis a vis no. —Negó con la cabeza—. Tú eres muchísimo más guapa. —Le guiñó un ojo y se volvió a girar para controlar que no se le quemaran.

A Amelia, la afirmación de la rubia la dejó sin palabras. En las ocasiones en las que había aparecido la Luisita atrevida, la había dejado fuera de juego y se centró en todo lo que había en la mesa.

Sólo si es contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora