Luisita sonrió al sentir como Amelia descansaba entre sus brazos, la morena estaba de espaldas y Luisita le rodeaba la cintura y el cuello, envolviéndola con su cuerpo. Afianzó el agarre acercándose más, aumentando el contacto de sus pieles desnudas, y comenzó a acariciarle el abdomen mientras le dejaba besos en los rizos. Despertarse junto a ella, de esa manera, le estaba provocando un calor en el pecho, que no recordaba si había sentido alguna vez.El abrazo de Amelia se había convertido en su lugar seguro y abrazarla desnuda en su sitio favorito.
La morena movió ligeramente la cara e hizo que sus mejillas se rozaran; las cosquillas que le hacía la rubia le estaban poniendo la piel de gallina.
—¿Te he despertado? —le susurró al oído.
—Que todos los despertares sean como este —contestó Amelia, acomodándose aún más en ella.
—Buenos días, bonita —le dijo Luisita antes de mordisquearle la oreja y comenzar a elevar sus caricias a la zona baja de sus pechos.
—Buenos días, Luisi —contestó con la respiración ligeramente alterada.
Luisita se acercó hasta su cuello para besarlo con ganas, a la vez que atrapó con su mano uno de sus pechos. A la morena le pilló por sorpresa, un escalofrío le recorrió el cuerpo y emitió un gemido más alto de lo que esperaba.
—Luisi... —pronunció como pudo, cerrando los ojos y dejándose llevar. Los nervios que había sentido en algún instante de la noche anterior habían desaparecido por completo.
Luisita recorrió, con la mano que tenía libre, desde su abdomen, entreteniéndose en su ombligo, hasta acariciar su cadera y de ahí bajar hasta adentrarse entre sus muslos. Amelia no sabía lo que le estaba dando más placer, si la lengua de Luisita en su cuello, la mano con la que jugueteaba con su pecho, la que acariciaba la cara interna de sus muslos o sentirse única en el mundo entre los brazos de la rubia.
La morena gemía por lo que provocaba Luisita, y Luisita respiraba agitada por lo excitada que sentía que estaba Amelia.
La rubia introdujo una pierna entre las suyas, para facilitar así el acceso de su mano; y la movió despacio, disfrutando de cada centímetro de piel que recorría, hasta introducirse con delicadeza entre sus pliegues. La humedad de Amelia envolvió su mano, y la morena se estremeció al sentirla. Luisita la recorría, la exploraba y la mimaba haciendo que sus gemidos cada vez fueran más intensos, al mismo tiempo que movía su cuerpo contra el de ella, en sintonía con sus dedos. La morena giró la cabeza buscando desesperada los labios que tanto ansiaba, y los besó con pasión, con hambre, con necesidad. Sus lenguas se entrelazaron y ese roce desató el éxtasis que se había formado dentro de ella, los músculos se le tensionaron durante unos segundos, ahogó un grito sobre la boca de la rubia y sintió que su cuerpo entraba en una relajación absoluta, mientras su respiración se pausaba y notaba cómo la abrazaba y le repartía suaves besos por la cara.
—Ahora sí que son buenos días —escuchó decir a Luisita contra su oído sin haber conseguido todavía abrir los ojos; después de deshacerse en su mano, pero aquella afirmación de Luisita le hizo despertar.
—Todavía no —contestó volviéndose hacia ella con un gesto travieso.
Tras detenerse unos segundos en el brillo de sus ojos, y sonreírse en la boca, Amelia la besó con profundidad, pero con calma, a la vez que sus manos acariciaban su cuerpo, provocando que Lusita suspirara entre sus besos, por los continuados roces de las manos de la morena sobre su piel. La vorágine de emociones que despertaba en ella la dejaba sin aliento, y cuanto más suspiraba, más empeño le ponía la de rizos; le volvía loca verla así.