Amelia daba vueltas por el salón intranquila. Se secaba las lágrimas que le caían de los ojos sin poder evitarlo. Dio un sorbo a la infusión que se había preparado. Miró la hora. Y se quedó parada delante de la ventana observando la calle, viendo la gente que pasaba, sin poder dejar de balancearse sobre sí misma. Ya había anochecido.—Joder, ¿dónde estás? —murmuró para sí.
Sonó el portero automático.
—¡Por fin!
Amelia abrió sin preguntar, sabía quién era. Y al verla volvió a llorar. Lo había hecho de forma intermitente desde el momento que había terminado la conversación con Elena, pero estaba orgullosa, porque había conseguido no hacerlo mientras discutía con ella.
—Cariño, tranquila —le susurró al oído su prima mientras la abrazaba.
—Nata, es que... —El llanto interrumpía a la voz.
—Siéntate, anda.
Amelia le hizo caso y tomó asiento en el borde del sofá, agarrando la taza con ambas manos. Su prima se deshizo del abrigo y del bolso, y antes de iniciar la conversación, se acercó a la nevera para coger un botellín de cerveza.
Al girarse y volver a ver a Amelia en ese estado, le invadió un sentimiento entre enfado e impotencia. A ella no le gustaba Elena y su prima lo sabía; intentaba llevarse bien con ella, pero en el momento que Amelia le dio la noticia de que lo habían dejado, no pudo evitar alegrarse. La pelirroja estaba haciendo un gran esfuerzo para contenerse y no empezar a cargar contra ella sin saber aún lo que había pasado.
Mientras hacía ese ejercicio de auto-regulación, observaba a Amelia con la mirada perdida en la tila que se había preparado, los ojos hinchados y rojos, y la ropa que había llevado todo el día, aún puesta. Había dejado la americana en el respaldo de una silla y se había arremangado las mangas de la camisa.
Natalia fue hasta ella y se sentó a su lado.
—¿Qué ha pasado, Amelia?
—Que es una hija de puta y una sinvergüenza, eso ha pasado —protestó con rabia.
—Joder... Viene fuerte la cosa —murmuró Natalia.
Amelia dejó la taza en la mesa. Se levantó y empezó a moverse de un lado a otro enfrente de su prima.
—Es que no la soporto. No... ¡No puedo con ella! ¿De qué va? —A Natalia no le dio tiempo a contestar porque Amelia continuó a hablando— Es que no tiene vergüenza Nata, no la tiene... ¡Y encima se atreve a intentar hacerme sentir mal a mí! Y lo peor de todo es que lo consigue...
—A ver, Amelia —interrumpió su prima y provocó que le prestara atención. —Dime qué ha pasado.
—Pues ha pasado que yo estaba disfrutando del día con Luisita y ha empezado a llamarme como una loca porque ha discutido con mi padre.
—A ver, a ver, a ver. —Su prima pidió una pausa—. ¿Estabas pasando el día con Luisita?
Natalia con esa pregunta dejó claras cuáles eran sus prioridades, y Amelia sonrió por primera vez desde que había visto los mensajes de Elena. Se dejó caer al lado de su prima, buscando una pequeña intimidad, dentro de su propio salón.
—Sí. —Los ojos se le iluminaron—. Todo estaba siendo perfecto, Natalia. —Amelia suspiró—. Anoche me escribió cuando llegue de tu casa y tuvimos una conversación... interesante. —Rio coqueta recordando.
—¡Sigue! —Pidió Natalia con impaciencia.
—Pues nada... Esta mañana tenía muchísimas ganas de verla y la llamé. El teléfono estaba apagado y me acordé de que tenía clase hasta las dos y media. Así que cuando terminé en los juzgados me fui a buscarla.