«Din, don, din... Salida del vuelo Iberia 8910 con destino Santander. Señores pasajeros, embarquen por la puerta K91»Eso fue lo último que escuchó Luisita, antes de levantarse de los asientos de plástico en los que esperaba nerviosa a subir a ese avión, que tenía como destino Amelia. Arrastró la maleta de ruedas que había hecho la noche anterior, se colocó en la fila y, cuando llegó su turno, una simpática azafata, tras revisar su billete, le permitió continuar para subirse al aparato. Buscó su asiento, dejó la maleta en el compartimento superior, y se acomodó recostándose en él. Miró por la ventanilla y observó lo bonito que estaba todo bañado por la luz de esa hora del día. Todavía estaba amaneciendo. Suspiró intentando relajarse.
Se había levantado sin necesidad del ruido de la alarma. Después de dormir algo menos de cinco horas, se despertó dándole vueltas a su encuentro con Amelia. Cómo sería estar allí con ella. La forma en la que reaccionaría al verla. Pensaba en las ganas que tenía de volver a besarla y darle el abrazo que le había prometido por WhatsApp la noche anterior.
Cuando recibió la llamada de su padre, dudó por un momento. «¿Cómo voy a presentarme allí, sin avisar, después de que ella hubiera puesto tierra de por medio esta misma mañana?», pensó Luisita al escuchar la propuesta que acababa de hacerle. Pero una pequeña explicación de Tomás y las ganas que tenía de verla, hicieron que no tardara mucho en decidirse. Que Amelia le pidiera lo mismo en la conversación que habían mantenido desde la cama hizo que se reafirmara en que aceptar había sido lo correcto.
El viaje se le hizo corto. El aviso de que el avión iba a comenzar el aterrizaje le devolvió a la realidad, tras fantasear durante todo el trayecto con distintos escenarios del reencuentro entre ellas. A Luisita le fascinaba la relatividad del tiempo; ni 72 horas hacía desde que se habían besado por última vez, pero, por la necesidad que tenía de ella, sentía que había pasado un siglo.
Al llegar a la zona de espera de la salida del vuelo, le buscó con la vista y se lo encontró mirándola sonriente. Ambos caminaron hacia el encuentro del otro, no se habían visto en persona, pero sí a través de fotos, y se reconocieron al instante. A Luisita le invadió la timidez por lo extraño de la situación, pero desapareció en cuanto Tomás la recibió con un cariñoso abrazo.
—Hola, Luisi.
—Hola, Tomás —le dijo con una sonrisa.
—Tenía muchas ganas de conocerte. Me han hablado mucho de ti.
—Ah, ¿sí? —preguntó sorprendida.
—Sí —confirmó. —Natalia, tu hermana... —Hizo una pausa—. Amelia —terminó de decir.
Luisita se sonrojó y bajó la mirada.
—Espero que cosas buenas.
—Solo —enfatizó la palabra— cosas buenas. ¿Vamos? —le propuso y los dos se dirigieron hacia la salida.
Guardaron la maleta de la rubia e iniciaron el trayecto de camino al despacho. Luisita miraba por la ventanilla y jugueteaba con sus manos. A medida que el coche avanzaba, sentía que estaba más cerca de ella, y las ganas que tenía de abrazarla crecían a la misma velocidad de lo que se movía aquel coche.
—Amelia ya está allí —le dijo él. —Se cree que tiene una reunión con un cliente. —Luisita asintió—. Coge esas llaves —le pidió haciendo un gesto con la vista hacia donde estaban. —Son de su apartamento —especificó. —No ha vuelto allí desde... desde que lo dejó con su ex.
—Elena —pronunció la rubia para que Tomás entendiera que sabía perfectamente a qué se refería.
—¿Te ha hablado de ella? —quiso saber.