Unos días después, cuando Luisita consiguió que Amelia la escuchara y descubrió la historia que había detrás de aquella foto inoportuna en Instagram, se prometió a sí misma no volver a tomar nunca una decisión sin conocer todas las partes de la historia y menos una como aquella, que podría haberles cambiado la vida a las dos.Los días en Barcelona para Luisita eran todos iguales, uno tras otro. Levantarse, echar de menos a Amelia; ir al trabajo, echar de menos a Amelia; comer en el mínimo tiempo posible para seguir trabajando, echar de menos a Amelia; volver al hotel, echar de menos a Amelia; cenar y echar de menos a Amelia hasta que con dificultad conseguía dormirse. A veces se despertaba sobresaltada porque había tenido alguna pesadilla en la que Amelia y ella habían terminado definitivamente. Cuando esto ocurría, se pasaba el resto de la noche en vela, dando vueltas en la cama, tratando de bajar la ansiedad provocada por el mal sueño.
Durante el tiempo en el que echaba de menos a Amelia, le daba vueltas a la manera de acercarse a ella, de romper ese muro de hielo que se había levantado entre las dos y no lograba averiguar cómo derribar. Aparentemente, era fácil; cualquiera que lo hubiera visto desde fuera le hubiese dicho: Luisita, es sencillo, llama a tu mujer, dile lo que sientes y escucha lo que ella tenga que decirte. Sincérate con ella, Amelia siempre ha sido tu lugar seguro y lo va a seguir siendo, te ama y no te va a dejar caer. Confía en ella como lo has hecho siempre, pídele perdón por irte y hazle saber que la quieres incondicionalmente, que da igual que no se quede embarazada porque va a seguir siendo el amor de tu vida, pase lo que pase. Quítale ese peso de encima ofreciéndote ser tú la madre gestante o dile que podéis adoptar. Si vuestro deseo es ser madres, hay más opciones que la única que estáis intentando y que os ha traído hasta aquí. Pero Luisita no lo veía. Luisita era incapaz de llegar a ninguna de estas conclusiones, porque cuanto más echaba de menos a Amelia, más se repetía en su cabeza la dichosa frase: «creo que lo mejor es que nos demos un tiempo». La escuchaba alto y claro una y otra vez, acelerándole el pulso, presionándole el pecho y agitándole la respiración.
Las dos estaban en un callejón sin salida porque, sin ponerse de acuerdo, ninguna había compartido con nadie lo que les pasaba. Natalia se imaginaba que había algún problema por el paraíso y a María le daba la sensación de que las cosas no estaban como siempre, pero no tenían ni idea de la realidad, de que se estaba hundiendo el barco y cada una navegaba a la deriva en océanos diferentes. Verbalizarlo lo hacía real y a las dos les aterraba la idea. Aunque Amelia tuvo que darle alguna explicación a su prima después de dejarla tirada en el bar, lo maquilló excusándose en su mal día y que procuraría hablarlo con Luisita cuanto antes. Si le hubiera contado lo que haría al día siguiente, Natalia hubiera hecho lo imposible por impedir tremendo error.
Aquella tarde, viendo cerca el final del proyecto y la vuelta a Madrid, cedió a la orden de su jefa de irse a tomar algo con sus compañeros al terminar la jornada laboral. «Llevas aquí un mes, te vas en unos días y no nos has dejado ni invitarte a tomar algo; cierra el ordenador, que nos vamos al bar de abajo», firme y tajante.
Durante ese mes, sin duda, lo peor habían sido los fines de semana. Tres fines de semana en los que compraba un billete a Madrid, iba a la estación y dejaba escapar la oportunidad de volver al lado de Amelia. Un miedo aterrador a que todo saliera mal y la visita solo sirviera para dejarlo definitivamente le hacía paralizarse a las puestas del tren, incapaz de subirse.
Cuando regresaba al hotel, se metía en la cama a llorar y no volvía a salir hasta el lunes, con la triste y cada vez más pequeña esperanza de que fuera Amelia la que cogiera un tren para ir a verla a ella. No pasó. Amelia seguía alimentándose del rencor y la rabia que le producía la decisión unilateral de Luisita de aceptar un trabajo que, aunque temporal, las separaba en el peor momento que habían pasado en su relación. Se sentía sola y abandonada por la persona que más tenía que cuidarla. Sus días en Madrid y sus fines de semana no eran mucho mejores que los de Luisita.