Capítulo 18. DESAYUNO

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Cada vez que tenía que ejercer su rol de hermana mayor lo hacía encantada, y esa mañana le había tocado llevar a Cata al colegio, antes de irse al King's a recibir un pedido de bebidas.

Manolita había tenido que empezar antes su turno en el hotel y Luisita se había hecho responsable de su hermana pequeña, con quien muchas veces tenía más sensación de madre que de hermana.

Le había colocado a Cata el abrigo y la bufanda antes de salir de casa, y las dos caminaban de la mano hacia la puerta del colegio. Cata iba haciendo equilibrismos encima del bordillo de la acera. Luisita le había advertido varias veces del peligro que implicaba, pero a su hermana pequeña le estaba pareciendo superdivertido, y reía mientras ponía un pie detrás de otro, hasta que se tropezó y se cayó.

—Cata, mira que te lo he dicho —decía Luisita mientras la ayudaba a levantarse.

Se arrodilló quedándose a su altura, le cogió las manitas para comprobar que no tuviera ninguna herida, y les sacudió la suciedad que pudieran tener de haberlas apoyado en el suelo.

Cata respiraba entrecortada haciendo pucheros, y Luisita le secó las mejillas con un pañuelo.

—Ya está, mi niña —dijo Luisita abriendo los brazos; Cata inmediatamente se apoyó en el pecho de su hermana y hundió la cabeza en su cuello. —Venga, que no ha sido nada. —Trataba de consolarla rodeándola con los brazos para que no siguiera llorando.

Se levantó del suelo elevando a Cata para auparla. La pequeña se había quedado escondida en el cuello de su hermana, y ahora se lo rodeaba con los brazos.

—Pero solo te llevo un poco, enana —advirtió Luisita. —Que ya no eres ningún bebé.

—Ahora soy una niña mayor —dijo Cata sin levantar la cabeza.

—Y las niñas mayores van andando, no en brazos de su hermana —aclaró Luisita. —Así que al suelo.

—No, porfi, Luisi —se quejó la pequeña. —Solo un poquito más —pidió Cata y Luisita no pudo decirle que no.

Al llegar al colegio, la dejó en el suelo y le dio un beso mientras la achuchaba.

—Pórtate bien —le ordenó Luisita.

—Yo siempre me porto bien —respondió la pequeña provocando que Luisita no pudiera aguantarse la risa. —Te quiero, Luisi.

—Te quiero, bicho —contestó mientras se despedían con su saludo cómplice. Choque de manos. Choque de nudillos. Choque de yema de dedo índice.

La profesora de su curso la acompañó a la fila donde esperaban el resto de los niños para entrar a clase. Cata al llegar se colocó y se giró para dedicarle a su hermana una enorme sonrisa mientras sacudía el brazo en alto volviendo a despedirse de ella. Luisita le devolvió el gesto y le lanzó un beso en el aire, esperó para ver cómo entraban y se marchó.

Luisita nunca podría agradecerle lo suficiente a aquella niña todo lo que había hecho por ella. Cuando no quería ver a nadie, siempre había querido verla a ella. Cuando no quería estar con nadie, siempre había querido estar con ella. En los momentos en los que más triste se había sentido, Cata siempre había logrado sacarle una sonrisa. Tenerla a su lado había sido como un salvavidas para seguir a flote, y no hundirse del todo, por mal que estuvieran yendo las cosas.

Al llegar al King's e intentar meter sus llaves se sorprendió al darse cuenta de que la puerta ya estaba abierta. Bajó las escaleras y se encontró a María de espaldas, en la barra tomándose un café.

Su hermana le había pedido que fuera ella porque le resultaba imposible esa mañana acudir en ese horario al bar, a recoger el pedido.

—Meri, pero si tú no podías venir, ¿no? —preguntó Luisita al verla allí, haciendo que se girara.

Sólo si es contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora